El ascenso y la verdad

No lo escribo hoy a jornada vista. Ya saben que llevo semanas convencido del ascenso del Españyol y el Mallorca, lo cual no constituye un pronóstico ni una profecía, sino la simple aplicación de la lógica del campeonato. Sea porque han sido mejores que sus perseguidores o que estos han sido peores, nadie puede discutir la superioridad de ambos por mucho que hayamos apreciado el fútbol del Almería, muy perjudicado por los arbitrajes, y del Sporting.

Tanto el líder como el segundo pueden certificar su conquista el próximo fin de semana o quizás el siguiente, con tiempo más que suficiente para las celebraciones oportunas, siempre con el respeto debido a las restricciones en vigor, y rematar los cimientos necesarios para disfrutar en primera división y no tener que sufrir como ocurrió hace un año.

Echamos de menos al Mallorca de los dieciséis años consecutivos en la élite, con sonadas repercusiones continentales como su final de la Recopa en Birmingham y su participación en la Champions y la Eurocopa. Para ello y ese es el pensamiento que, consumado el ascenso nos debe ocupar y preocupar, estaría bien conocer más a fondo el proyecto de los dueños, sí de Robert Sarver y sus socios, que no solo desconocemos desde fuera, sino que también tienen en ascuas a los de dentro.

Al final de la liga 1982-83 en la que el Mallorca subió pese a perder sus tres últimos partidos, fui considerado persona non grata por el club que presidía Miquel Contestí por advertir en un programa de televisión presentado por la malograda Mari Carmen Izquierdo, que en paz descanse, que si no se reforzaba adecuadamente la plantilla y, sobre todo, se dotaba al club de infraestructuras de las que carecía, no aguantaría un año en Primera. Tampoco fue una profecía y también se cumplió. Igual que la última aventura. Por eso ahora es preciso saber si, al margen de la euforia latente, existe detrás de todo esto algo más que el ánimo especulatorio de un fondo de inversores, aprovechados observadores de la general indiferencia, insolidaridad y, en ocasiones, envidia pura de la sociedad mallorquina.