El cómo y el por qué

Ganar o perder son a menudo conceptos relativos al margen de su repercusión en las clasificaciones. Una victoria no siempre proviene de un buen juego, ni una derrota va necesariamente asociada a un mal partido. La teoría del «jornada a jornada» impuesta en la filosofía de entrenadores como el Cholo Simeone, Héctor Cúper y otros influye dentro del vestuario, en el seno de una plantilla, pero en el momento de planificar un proyecto es preciso visionar a través de un gran angular.

La epopeya de Rafa Nadal en el Open de Australia no se mide por su resultado porque, la verdad, no se puede decir que jugara uno de sus mejores encuentros, sino por cómo se llega a este marcador definitivo. Su forma de gestionar dos sets en contra y una inquietante desventaja en el tercero contrasta con la manera en que, con todo a favor, se comportó Medvedev. Ahí está el enorme mérito de nuestro paisano. Eso si que es ir «bola a bola» y dejarse de cuentos, porque lo difícil es mantener la cabeza fría por muy alta que sea en este momento la frecuencia cardíaca de cada uno. Autoestima en esencia, fé en uno mismo, concentración máxima y, ¡ojo!, sin perder el mayor respeto por tu rival, porque si le menosprecias o le das por vencido vas listo.

Uso el ejemplo de la final del domingo porque viene al pelo, pero vale la pena pensar en ello cuando uno magnifica triunfos obligados, disfraza malos resultados de buenas sensaciones y picaresca que, en general, consideramos inherente al fútbol, pero inútil cuando uno está solo con su raqueta, con su moto, su palo de golf o diferentes especialidades deportivas de carácter individual. Como dicen ciertos pilotos, sobre el sillín y a dos ruedas la carrocería eres tu. La conciencia del cómo y el por qué.