El desimperio de la ley
Aunque estemos de acuerdo, o no, en que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno e incluso en que la que practicamos en España es aún más mejorable que la de otras naciones, su única garantía de conservación es el respeto a la ley.
Naturalmente las leyes son interpretables, para eso están los jueces, en su mayoría y probablemente ninguna es aceptada sin excepciones por todo el mundo. Hay normas que gustarán a unos y otros no, para lo cual están las elecciones y las opciones de las que pueden hacer uso los ciudadanos. Y no añado ciudadanas, porque la Real Academia de la Lengua ya se ha pronunciado sobre el cursilismo de ignorar los términos genéricos.
El creciente e incluso imperante desprecio a la ley, ya sea públicamente o en privado, debería preocuparnos. Y que sean los propios políticos que las promulgan, los que la desobedezcan, aumenta esa inquietud. Si los ciudadanos de Badalona decidieran continuar con el ejemplo dado por sus autoridades municipales, dejarían de pagar el IBI, la recogida de basuras, los impuestos de circulación de vehículos y hasta ignorar, ya puestos, los aparcamientos prohibidos o los semáforos en rojo. Y el Ajuntament de Barcelona ya hace gala de su intención de conculcar, con la prohibición de las corridas de toros, la norma de un Tribunal de mayor rango. Y no es que yo defienda una cosa o la otra, sólo recalco que todos, TODOS, hemos de respetar las sentencias que, como los propios reglamentos, no se sancionan a gusto de cada uno de nosotros.
Palma ha vuelto a ser triste noticia de alcance nacional por el caso de la niña presuntamente agredida en un colegio público. La Consellería de Educación se ha atrevido a concluir un informe que, más allá de las contradicciones del caso, sonroja a todo el departamento. ¿En defensa de quién?. Habrá que esperar a que decida la justicia, como no podía ser de otra manera. Pero el tema nos conduciría a un debate diferente: la responsabilidad de los padres.