El huevo y la gallina

El rollo de que los jugadores no corren, que no dan todo lo que pueden, que no se sacrifican son más o menos vagos está más desfasado que una canción de Renato Carosone. Lo siguiente será que uno o algunos ha sido visto en vísperas de un  partido de ligoteo y bebercio en un pub de moda o una discoteca. Tanto esto como las campañas orquestadas acumulan caspa y huelen rancio.

Quien haya podido ver al menos un partido de doce o catorce de los veinte equipos de primera división, excluidos los seis o siete primeros, como yo he tenido la ocasión y vocación de hacerlo, concluirá que hoy por hoy el Mallorca es, con diferencia, el que peor juega de la categoría. No es, como reconoció el propio Javier Aguirre, que no tenga «llegada, variante ni gol», tampoco que, siempre según el mismo técnico, sus futbolistas más creativos «no den tres pases seguidos» sin que el cuerpo técnico haya hecho nada para remediar tantos defectos, ¡faltaría más!. Si después de ganar en Vigo se acepta que, aun derrotado, el Celta fue superior y tras el partido de Girona admites que «me he equivocado en todo: en el planteamiento, en la alineación, en los cambios, en no colocar bien a los jugadores, no he hecho nada bien», cualquiera agradece las atenciones recibidas, que no son pocas, y hace las maletas.

Hay precedentes ejemplares. Lo hizo Héctor Cúper en su última etapa al frente del Mallorca. Vió que había perdido el control del vestuario, ofreció su cargo al presidente y, en un gesto de enorme honestidad, renunció a percibir lo que le quedaba de contrato. Por cierto, con él el rojillo fue el cojunto menos goleado y no usó defensa de cinco ni en los ensayos.

Es justo recordar que el «Vasco» reanimó a un equipo desalmado después de un empate a cero en Sevilla gracias a una prodigiosa intervención de Reina en el último suspiro. En Pamplona, donde Osasuna no se jugaba nada, nadie dudaba de la victoria. El noveno puesto de la temporada 2022-23 se sostuvo con seis puntos impensables y atípicos ante el Real y el Atlético de Madrid que, sin restar mérito y esfuerzo, peligraron con un penalti que falló Marco Asensio y dos vicegoles, como llamaba el admirado Antonio de Rojo, en los que Morata no suele errar.  Pero, además,  entonces los jugadores tenían fé en lo que hacían y mucho me temo que ahora mismo no creen ni siquiera en si mismos. Quizás habría que confeccionar en primer lugar la plantilla y después fichar al entrenador; no al revés. ¡Quién sabe».