El negocio está en el campo
Decía Johan Cruijff que el dinero de los clubs de fútbol debía estar en el campo y Di Stéfano que lo más honesto que hay en este mundillo es el balón, dos maneras distintas de decir lo mismo: que todo lo que no sea jugar y, si es posible, ganar, son enredos que a nada conducen.
No se ha demostrado que quienes hayan sido grandes futbolistas puedan convertirse en buenos gestores. Bueno, una regla confirmada por la excepción del Bayern de Munich, amparado en el capital de Wolswagen y Adidas puesto en manos de los Beckenbauer, Hoeness, Rumennige, etc. Pero tampoco se puede probar que banqueros, financieros o empresarios de distinta índole y procedencia garanticen el éxito. En primer lugar porque compiten una veintena de equipos en cada competición y algunos tienen que perder pero, además, porque su justificada obsesión por el dinero y la comercialización de sus sociedades anónimas deportivas les impele a procurar negocios y rentabilidad ajenas a lo que sucede en el terreno de juego.
La publicidad es necesaria y los ingresos imprescindibles, pero no a cualquier costa. No al precio de renunciar al interés prioritario del aficionado, no del espectador; no en estimar las comisiones antes que la calidad y funcionalidad de un futbolista a la hora de un fichaje; no en aceptar anuncios de casas de apuestas que rebotan como un boomerang al influir y manipular los resultados de ciertos partidos. Y así una larga lista de errores que determinan trayectorias erráticas ajenas al rendimiento de los técnicos y jugadores.
Si en el Mallorca alguien hubiera prestado más atención a las necesidades deportivas y menos a las ventas en Asia, el número de seguidores en las redes sociales, que no dejan un euro, la zona vip del corner o la minigrada del fondo sur, otro gallo cantaría. De entrada y en el peor de los supuestos, una mayor empatía social.