El pecado y la penitencia

Qué curioso que haya quienes criben el afecto de un profesional ya sea jugador o entrenador, pero callen ante el secuestro de sus clubs por parte de empresarios, con o sin escrúpulos, de variopinta procedencia: chinos, americanos, rusos, árabes, etc. Leo, escucho veladas y más directas críticas como si Vicente Moreno o Manix Mandiola hubieran cometido algún pecado al manifestar sus deseos de abandonar los banquillos de Son Moix o el Estadio Balear. No pasó cuando Luis Aragonés dejó colgado al Mallorca por la Selección o el Atlético de Madrid, ni cuando lo hizo Cúper para marcharse al Valencia ni ocurre cuando es el presidente quien se carga al técnico de turno por simple capricho como se llevó a cabo con Gustavo Siviero en Son Malferit, por recordar otro ejemplo. Es decir: se exigen a los profesionales unos sentimientos inapreciables en los accionistas que, al contrario, no cobran por prestar un servicio, sino que no profesan otra religión que la especulación y el negocio.

Si el técnico del Mallorca ha decidido cambiar de aires sabiéndose querido y admirado como lo fue el flaco de Chabas, ha de tener sus buenas razones. Ve más futuro en las promesas por cumplir de los responsables del Espanyol que en las incumplidas por los millonarios de Arizona y aunque no fuera así, que lo es, está en todo el derecho de buscar su destino. Ninguna afrenta al mallorquinismo salvo que  hubiera incumplido sus obligaciones, que no es el caso. Y lo mismo podríamos decir del vasco que ha entrenado al Atlético Baleares al margen de que sus métodos puedan gustar más o menos. El colmo es que les acusen de peseteros cuando no los hay mayores que quienes les contratan.

Estas buenas gentes que solamente apelan a la modernización del fútbol olvidan que su primer pecado es confiar a agentes externos la administración de sus amores y en ese pecado encuentran su propia penitencia.