El peligro de la fama fácil
El ascenso y caída de Diego Armando Maradona constituye el paradigma del peligro que encierra la fama mal gestionada, pero hay muchos más. He visto a Canario, extremo brasileño del Real Madrid, fichado por el Sevilla, primer nombre de los míticos «cinco magníficos del Real Zaragoza», junto a Santos, Marcelino, Villa y Lapetra, y que finalizó su carrera en el Mallorca, trabajar de portero en la puerta de un cabaret de la capital aragonesa. Entrevisté a Chano, extraordinario lateral del Cádiz, forjado en el Lluis sitjar, a punto de recalar en el Barça y finalmente en el Málaga, en conversación telefónica con el Penal de San Fernando allá por el año 94-95.
Tiene razón Bob Dylan cuando compuso «All the times they are a changin» porque, en efecto, los tiempos cambian, aunque no siempre ni necesariamente para bien. La necesidad social de crear ídolos de vida breve y excelencia complaciente en busca de referentes inservibles en medio de la evidente decadencia de valores humanísticos, promueve el ascenso al estrellato de profesionales que trabajan cara al público, obsequiados con lisonjas interminables a cual más loable y, por supuesto, acompañadas de cantidades de dinero con las que cualquiera perdería la cabeza. No hace falta concluir que si la mezcla de popularidad y riqueza no se gestiona con la formación adecuada, la película termina con escenas de desastre.
Para no herir susceptibilidades omitiré ejemplos de plena actualidad. Referirse a un futbolista concreto y en activo, le costó al «Mono» Burgos un aluvión de descalificaciones por parte de gentes incapaces de digerir, comprender siquiera, el mensaje. Pero creo que antes de conservar las hojas de laurel para ir impartiendo coronas, las condiciones necesarias de coronación han de ser mucho más exigentes que un par de partidos buenos, un gol de bella factura o un pase espectacular. De lo contrario la guirnalda será de espinas y la efímera gloria se transformará en olvido.