El ruido del gallinero
Cuando el periodismo era algo más que dejarse seducir por los gabinetes de prensa de instituciones, clubs y empresas, nos buscábamos la vida en busca de primicias que no pocas veces se presentaban como exclusivas. No solo las redes sociales han terminado con las noticias de primera mano, falsas o no, sino el principio que indica que la mejor información no es siempre la primera, sino la que está bien contada. Claro que, en tiempos del postureo, deberíamos excluir a los firmantes de textos redactados por el esclavo de turno, cariñosa aunque erróneamente conocido como «el negro».
En la época de altas y bajas de jugadores en las distintas plantillas surge una vorágine de nombres que circulan de boca en boca y de pluma en pluma, cuando no de cámara en cámara, como alimento para aficionados ávidos de conocer y dar a conocer los nuevos fichajes, todos cargados de ilusión. En ocasiones rumores que no son tales, sino intereses de los agentes y representantes que utilizan a los medios como armas de presión. Hace meses anunciar que Zidane había dicho no al Real Madrid un día antes de que firmara su nuevo contrato, le costó a un colega el relevo de sus funciones, desprestigio aparte. ¿Tenía la culpa?, no; sencillamente había sido intencionadamente engañado.
Lo que quiero decir es que cualquier fichaje que exceda el límite de lo normal, es decir muy pocos, carece de relevancia. Lo realmente importante es documentar fielmente cada incorporación y, siempre, esperar un tiempo prudencial antes de analizar aventuradamente su acierto. Más vale no recordar el alborozo desatado por las contrataciones de Pablo Valcarce y Carlos Castro, entre otros, por no retroceder hasta Tobias Hennebole, entre otros, por lo que al Mallorca se refiere.
Dejemos revuelto el gallinero hasta el canto del alba. A partir de agosto ya hablaremos de descartes y de huecos cubiertos o por cubrir.