En camisa de once varas

No puedo hablar del Barça en profundidad, así que para empezar diré que mi análisis, de escaso valor, será superficial y únicamente basado en señales tópicas y externas. No me atrevo a más.

El refrán recuerda que el diablo sabe más por viejo que por diablo, aunque las nuevas generaciones no lo entiendan. Yo solo puedo echar mano de la experiencia por la que compruebo que jamás he visto dimitir a un presidente o una directiva sin haber probado a echar antes al entrenador. Y ahí si que me arriesgo a afirmar que, sin creer que tenga la culpa de nada o de casi nada, Xavi debería ser consciente de que el suyo fue un fichaje políticamente correcto sin aval de un currículum como entrenador. Ya no entro a valorar si era, es o será el adecuado.

Hay otro modismo que dice que segundas partes nunca fueron buenas, una verdad casi inquebrantable en el cine, las series de televisión o los libros. No sé si en el fútbol. Pero, para mi, el regreso de Joan Laporta con más de un calzador y oportunista en relación a las circunstancias por las que atravesaba, y atraviesa, el club, era, si no un fracaso anunciado, si una aventura excesivamente osada.

Intentarán ganarle al Madrid el sábado, eso siempre tapa muchas bocas en la Ciudad Condal, pero ese efecto impermeable tampoco dura demasiado. De no ser por la distancia, aparejada al desconocimiento, pronosticaría que el reinado de ambos, presidido por la prepotencia y el desprecio al resto, con colaboración institucional, peligra seriamente. Como la piel de «Jan» en medio de las deudas en las que se ha comprometido. Por eso no se irá, de momento, ni con agua caliente.