«Fair play», vieja costumbre

Hay una parte del neo tenis que no me gusta. El caos empezó en la Copa Davis donde apoyar al equipo de cada país parecía justificar, de hecho lo hacía porque no se supo cortar, un comportamiento del público notoriamente antideportivo. Recuerdo una eliminatoria España-Alemania disputada en Cala Ratjada donde la grada se repartido entre españoles y germanos y la algarabía en cada media pista se hizo insufrible. Conseguir que los espectadores respetaran con su silencio a los jugadores pese a hallarse bolas en juego, fue una tarea imposible. Se aplaudía y se pitaba, según el color del punto, absolutamente todo.

Puede que aquello fuera una exageración debido a la presencia de turismo teutón en la zona, pero en el torneo que ahora organiza Piqué, nada ha cambiado en este aspecto. Quizás porque el tenis, cada día más potente, también tiende a ser más aburrido.

Lo malo es que el mal ejemplo de la Davis se ha extendido. El «fair play» que siempre fue santo y seña del deporte de la raqueta no tan solo ha desaparecido de la superficie, sea de tierra o sintética, -Kyrgios sin ir más lejos-, sino también de las gradas. Menudean los gestos de los propios protagonistas mostrando «puñitos» al rival  al salvar o lograr un punto y entre el respetable se aplauden hasta los fallos del contrincante con el que no simpatizan, algo que nunca se había visto ni nos gustaría volver a ver jamás. ¡Misión imposible!, si. La educación, la caballerosidad y la generosidad son virtudes en franco desuso.