La coartada y el dimoni
Según datos que se conocen, España no obtiene una gran puntuación en esa asignatura llamada «comprensión lectora» que, más allá de su significado literal, analiza nuestra capacidad para entender la «letra pequeña», que no se refiere a la que no leen los políticos pese a cobrar por ello, sino a la expresión que matiza la intención de cada palabra.
Les ruego que recuerden por un instante a Johan Cruyff -«el dinero hay que ponerlo en el campo»- u otro mago del balón, Alfredo Di Stéfano: «lo más honesto que hay en el fútbol es la pelota». Ambas afirmaciones desembocan en el incuestionable hecho de que lo único imprescindible para la práctica de este deporte, tal vez espectacular pero jamás un espectáculo, son los futbolistas. Curiosamente a los que nadie tiene en cuenta para organizar los calendarios, ni preservar la esencia del negocio.
Florentino Pérez quiere ganar dinero con los conciertos del Santiago Bernabéu, Jan Laporta con lo primero que pilla, sean emisoras de televisión o plataformas musicales, y el nunca lo suficientemente reconocido CEO del Mallorca, Alfonso Diaz, con bares, restaurantes y/o gimnasios de élite. Partiendo de la base que la venta de cualquier producto no basada en si mismo, tiende al fracaso, el ejecutivo que vendió a Maheta Molango a los accionistas y se compró a si mismo, se ha estrellado en las panorámicas cristalera del Presuntuoso, un restaurante no un individuo.
Estamos ante un trasvase de cuentas, en términos más o menos jurídicos: los inquilinos, en adelante L’artista no pagan porque no les dejan poner baile, bailarinas o a Javier Aguirre cantando rancheras y el propietario, en adelante el RCD Mallorca SAD, no ha obtenido permiso para la actividad en cuestión tal y como, presuntamente, figuraba en el contrato de alquiler.
Ahora es cuando regresamos al segundo párrafo: la coartada. Se necesita echarle morro al asunto cuando ambos, demandante y demandado, aseguran defender «los intereses de los socios y abonados del club» (comunicado oficial del Mallorca). Hasta los socios vale, aceptamos «socio» como poseedor de acciones y miembro del consejo de administración, pero ya lo de los abonados entra en el abuso del uso de su condición porque poco se preocupan de ellos a la hora de atender sus peticiones (entradas final de Copa, campaña de abonos, etc) y, además, ya metidos en harina o, mejor dicho, en la cocina, alquilemos el local a C’al Dimoni, sea de Artá y con bigote o de Algaida, que, sobrasades, porcella, arròs brut i frit de mè, conectan mejor con la afición y l’infern de pacotilla que ¿enciende? la espera de cada partido en Son Moix.