La maldición de Southgate

La maldición de un entrenador es efectuar dos cambios un minuto antes de finalizar una prórroga, pensando en los penaltis, y que de cinco lanzamientos te fallen tres, entre ellos a pies de dos de los recién salidos. Pero las malas decisiones de Southgate, el seleccionador de Inglaterra, no se limitaron a dicho contrasentido, sino a querer ser Italia sin ser Italia (ganadora de Eurovisión sin música y ahora sin fútbol), tácito reconocimiento de quién debía ser el campeón de esta Eurocopa sin pedigrí. La pérfida Albion fue más conservadora que pérfida y quiso aprovechar su inesperado gol a los 120 segundos de juego para defenderlo a capa y sin espada durante las dos horas restantes.

La cumbre europea de selecciones ha puesto en duda muchas cosas, desde la equidad en el reparto de campos y asignación de estadios a la medida del subcampeón, a la transigencia de las medidas anti Covid, la complicidad de los árbitros de VAR con los de campo, la escasa calidad del juego, su nula vistosidad y, como consecuencia, un evidente retroceso del espectáculo contradictoriamente cada vez más caro. La final, naturalmente en Wembley, no vino sino a confirmar la tónica general del evento, sin dejar de observar la inutilidad de la presión del público en las gradas.

De seguir así las cosas, Qatar será peor, salvo que los combinados más desconocidos de los continentes olvidados, Asia y Africa, tiñan el fútbol del futuro con sus colores.