La minicopa

Si la Copa del Rey me importa un bledo, un pimiento o, en suma, nada de nada, ni se imaginan mi indiferencia ante la Supercopa, un negocio redondo, presunto hasta que los tribunales decidan, de Piqué y Rubiales, cuyo contrato asume plenamente el equipo sucesor del, también presunto, besucón, naturalmente con dinero árabe con el que se sustenta el fútbol europeo hasta que jugadores, técnicos y accionistas hayan completado el éxodo ya iniciado hacia otro continente.

El invento de marras, tanto la mini competición como su escenario, alejado de las cuatro aficiones de los clubs participantes a los que les interesa más la televisión que el público en sus estadios -no sé para qué o quién los reforman-, irrumpe con estrépito en un calendario de por si sobrecargado con cuya saturación amenaza la FIFA, especialista en crear campeonatos inservibles en un ataque de locura y celos en cuanto el dinero se mueve por senderos que no controlan.

A mayores,l el reparto no es el mismo para todos. El Valencia se quejó amargamente el año pasado y antes de que lo hiciera Osasuna, el ingénuo invitado de turno, Florentino, Laporta y Gil Marín han decidido obsequiarle con 200.000 euros cada uno para compensar la broma de mal gusto que significa la cita para el cuarto viajero. Es lo que tiene jugar la final del llamado torneo del K.O, que la broma, desplazamiento incluido, deriva en choteo. Eso si, los acompañantes, federativos y no federativos, hacen turismo gratis.