La viga en ojo propio

«En un segundo cambia la opinión del mundo» era una pequeña sección de dos viñetas en un tebeo infantil. En la primera se iniciaba una frase o modismo tópico al estilo de, por ejemplo, «perro que ladra……» y en la segunda se sustituía el «no muerde» por cualquier otra idea como, qué sé yo, «se come hasta los huesos», todo con su correspondiente dibujo ilustrativo.

Un antiguo presidente del Mallorca estaba convencido de que «cualquiera puede ser entrenador», sobre todo cuando la alineación del domingo no le gustaba, y un alto cargo de la Federación de Fútbol, por aquel entonces solo un simple aficionado, decía que los entrenadores no son más que «seleccionadores» y los árbitros «piteros». Hoy no le convendría defender tales criterios, aunque no dudo de que en su fuero interno los mantenga. Tenían razón los del tebeo.

He recordado el contenido de los dos párrafos precedentes a propósito de las declaraciones de Marcelino García Toral, técnico del Athlétic, un hombre con caché gracias a la confianza que depositó en él Mateu Alemany desde los despachos del Valencia y que reconoció tras perder el lunes en Son Moix que su error había sido no convencer a los jugadores de la importancia del partido. Era imposible. Cuando el mensaje es que un central provoque una quinta tarjeta amarilla para descansar en Palma y que tiras de rotaciones más que discutibles sin compromiso previo ni posterior que las justifique, resulta complicado explicar en el vestuario la trascendencia de un encuentro que tu mismo acabas de demostrar que no lo es tanto para ti.

Y no estoy de acuerdo. No cualquiera puede ser entrenador y menos hoy en día tal como ha evolucionado el fútbol. Los he conocido verdaderamente decisivos y también inócuos, como en otras actividades. Y los árbitros son algo más que «piteros», el problema es que tanto unos como otros dependen de sus respectivas federaciones y se rigen por un sistema piramidal, arcaico y autoritario cuando hace mucho que debieran constituir estamentos independientes.