Los árbitros visten de rosa

El arbitraje del fútbol español va de fiesta. Se ha de ser muy desahogado para pretender que todo es color de rosa, como en la Federación que le ampara. El jefe del VAR, el ex árbitro aragonés Clos Gómez, manifiesta en el MARCA que han tenido un gran año. Será para él, porque apuntarse el farol, porque tanto no es, después de que al único representante arbitral en la Eurocopa, Gil Manzano, le hayan echado a la primera por malo, roza la desvergüenza.

Habría que rescatar el reconocimiento de haber perjudicado durante el campeonato a equipos como el Almería, atracado en el super Santiago Bernabéu, el Granada o el Cádiz. Una lástima que al entonar el mea culpa por los tres descendidos, ¡a buenas horas!, no se añadieran quiénes habrían sido los beneficiados, los de siempre. Será porque ya les conocemos.

El colmo de la desfachatez consiste en esgrimir la falsedad de que el VAR solo interviene en las jugadas precedidas de errores claros y notorios. ¡Mentira!. Intervienen en todos los goles, por claros que hayan sido, con evidente pérdida del tiempo que luego quieren prolongar a capricho, con los contendientes en el círculo central sin poner el balón en juego a la espera de la ratificación correspondiente. Ya no hablemos de los criterios de las manos en el área o de los fueras de juego por una uña, la punta de la nariz o un pelo rebelde en la frente, tras tropecientos minutos de deliberación.

El rosario de irregularidades sería interminable, aunque el presidente de la cooperativa, Medina Cantalejo, estará agradecido y satisfecho por contar entre sus lugartenientes a un fiel servidor de los que no aplaudieron a Rubiales porque no se lo pidieron, pero no se atreven con Florentino Pérez pese a la descarnada arenga semanal contra los miembros del colectivos emitida por la televisión del Real Madrid.

Por supuesto que la solución del problema la tienen los mismos colegiados, según ya hemos expresado otras veces. Pero por cada Estrada Fernández dispuesto a dignificar la profesión, que ya lo es, hay diez internacionales, como mínimo, encantados con aplaudir hasta con las orejas si es preciso.