Más autocrítica y menos vehemencia

La autocrítica resulta mucho más eficaz que declarar la guerra al colectivo que te va a arbitrar en las trece jornadas de liga que restan para poner punto final. Los árbitros tiran a degüello entre si mismos, sobre todo cuando compiten por descensos, ascensos o categoría internacional, pero se comportan corporativamente de puertas hacia afuera salvo excepciones muy concretas como las que se han dado en torno al caso Negreira o cuando cesan en su actividad, casos recientes de Estrada Fernández o Mateu Lahoz.

Las declaraciones de Abdón post partido ante las cámaras de Movistar no le hacen ningún favor a él, ni al club, ni al equipo. Tampoco la actitud de Javier Aguirre, muy distinta en las ruedas de prensa en relación a su comportamiento en los banquillos. Y aunque es evidente que las mismas infracciones de los futbolistas de los de la mitad baja de la clasificación no se miden con la misma benevolencia que las de los de los ocho primeros, que las protestas de Vinicius pasan por un crisol de diferente anchura que el utilizado para Raillo y que a Simeone o Xavi se les permite infringir los límites de la zona técnica y gesticular abiertamente, no hay cosecha en la siembra de la protesta.

Ya escribíamos el pasado jueves que la designación de González Fuertes para dirigir un encuentro entre los dos conjuntos que más faltas cometen de toda la primera división, era un error muy grave del Comité de Designaciones, peor aún al no considerar la reiteración de las nominaciones del susodicho y del sevillano Figueroa Vázquez al aglutinar entre ambos la tercera parte de los compromisos ligueros del Mallorca. Una prueba fehaciente del caos, desorden y desahogo con los que funciona el CTA. Era un choque digno de un internacional al que si recurrirán en las próximas visitas del Real Madrid o el Atlético. Pero, por la causa que sea y que quizás no viene al caso, cada club va a su bola y no hay una verdadera unión para exigir un imprescindible cambio de estructura.

Todo esto lo deberían conocer los profesionales del fútbol si se tienen como tales. Se equivoca Javier Aguirre al afirmar que «ni los árbitros ni la suerte entrenan conmigo». Nada más conocer su nombramiento, alguien debería explicar a sus pupilos cómo es y cómo actúa cada colegiado. Y en el caso de los veteranos: Raillo, Dani Rodríguez, Abdón, el entrenador y su segundo, Toni Amor, con el agravante de que tienen el «culo pelado», expresión del propio técnico mejicano, de haberse encontrado tropecientas veces con los árbitros en cuestión.