Nadal, otra retirada en diferido

Rafa Nadal se ha despedido del Madrid Open, no del Madrid, Real, ni de Madrid, capital. Merece, sean cuales sean su decisión, salud y suerte, otro adiós en la Philipe Chatrier, ante el público que tanto le aplaudió y odió a partes iguales. Disociar su figura del Roland Garros es imposible incluso para aquellos que carezcan de interés por el deporte en general y el tenis en particular.

Nuestro ilustre tenista, posiblemente el mejor deportista mallorquín de todos los tiempos, sin olvidar a otros, nos ha regalado veinte años de emociones, alegrías, espectáculos, arte y espíritu de superación, sazonados con lesiones, fotos en papel couché y algún capítulo familiar y personal de los que nos hemos sustraído en proporción directa a la medida en que crecían sus aduladores, siempre ajenos a la raqueta y a las pistas en busca de rendimientos espúreos.

El de Manacor ha iniciado su retirada en diferido, pero no al modo de Xavi, el entrenador del Barça, aunque en su palco no haya faltado algún «laporta». No puede más porque el tiempo no pasa en balde para nadie y porque ha ganado mucho más trofeos que las decenas o cientos de homenajes que le van a proponer y dedicar. Además, igual se pasa al golf, porque tampoco le imaginamos sin competir en algo aunque sea cocinando si hace falta.

En mi libro «Fútbol y vida», no a la venta aunque si editado, termino con una frase suya que no tiene nada que ver con la pelota, pero si con la existencia: «Perder no es mi enemigo, el miedo a perder es mi enemigo». Y creo que asume el almacenaje de su raqueta con la misma naturalidad que el ajuste del tiro de su pantalón antes de cada saque. Lo que teme, sin saberlo, es la rebelión inútil de los que se han subido a su carro del éxito sin haber sido invitados. El suyo se lo ha currado dentro de las pistas contra viento, marea y más de un parásito ya fuera oportunista o mediático.