Ni ética, ni moral

Hace tiempo que la FIFA y la UEFA declararon antireglamentaria la prohibición de que un jugador cedido por un equipo a otro se alineara contra el cedente, llegado el caso. Las autoridades laborales lo consideraban un fraude y ante el peligro de entrar en un rosario de demandas se optó por abolir lo que se llamó la «cláusula del miedo». No sé si en competiciones domésticas todavía se permite, aunque esta misma temporada futbolistas como Kubo y Odegaard, prestados por el Real Madrid al Mallorca y Real Sociedad respectivamente, si jugaron contra los de Zidane.

No creo que haya ninguna norma que impida a un profesional, ya no del fútbol sino de cualquier sector, libre elegir el club o empresa en el que seguir su carrera, pero en la mierda de corrupción que nos rodea por todas partes y sin que el negocio de la pelota, lo único honesto del mismo según Di Stéfano, constituya la menor excepción, me atrevo a sugerir que esto sería incluso anticonstitucional y un atentado al estatuto de los trabajadores. Sin embargo nada se opone a no conceder la baja a quien pretenda cambiar de aires hacia un rival temible, cual sucede ahora con el Barça y Luis Suárez.

Al presidente catalán le ha entrado la diarrea solo de pensar que el delantero al que no quiere Koeman pueda presentarse en el Camp Nou vistiendo la camiseta del Atlético de Madrid. No es la «cláusula del miedo», sino la gastroenteritis del cobarde porque, escrita o no, la actitud de Bartomeu es rotunda, ética y moralmente reprobable. Si no quiere al charrúa, a enemigo que huye puente de plata. Y allá se las componga.

Otra cosa es que esta especie de esclavos de oro del balón, como los bautizó Tomás Martín Arnoriaga, se crean los reyes del mambo. Y es que lo son, claro. Lo mismo les da un examen de italiano, sin pasar por la Universidad Rey Juan Carlos, que asentir en voz baja «vale, me voy» para añadir en voz alta «pero págame el año que me queda». Por supuesto que ellos no tienen la culpa, ni los rectores académicos tampoco. Siempre hay que mirar hacia arriba, si bien con cuidado de que el escupitazo no descienda como un bumerang.