¡Ni tiki, ni taka!.

España no podía aspirar a seguir en el Mundial después de un partido regular y tres desastrosos. El peor de ellos, el último. Ante un equipo como Rusia que solo jugó a defenderse, igual que antes hicieron Irán o Marruecos, los únicos disparos a portería del combinado de Fernando Hierro -cabe esperar que debut y despedida- llegaron ya en la segunda parte de la prórroga en sendos intentos de Iniesta y Rodrigo. Esto de que los penaltis son una lotería es otro de los tópicos de tienden a sobrevalorar el fútbol en detrimento de la crítica a unas estrellas mimadas y millonarias. Cuando de cinco lanzamientos fallas dos, no hay mala suerte que valga.
El calvario de la Selección empezó con Lopetegui y no solo por su desplante. Un equipo en el que coinciden cinco laterales y acaba jugando en la banda dos veces un defensa centrales, es una convocatoria descompensada o elaborada con los pies. Y de tres porteros meter a uno en decadencia y al final de su carrera como animador revela importantes carencias psicológicas. Luego ha venido lo De Gea, los fallos de Sergio Ramos, la falta de concentración y más cosas.
Confundimos el culo con las témporas. El tiki-taka no sirve de nada si no se acompaña de profundidad y velocidad, si no se producen intercambios de posiciones y movimientos de desmarque, si no hay ningún delantero para recibir de espaldas a la portería y habilitar a los compañeros de segunda línea. De lo contrario se convierte, como acabamos de ver, en una serie aburrida e interminable de pases horizontales sin sentido alguno. Lo peor es que, ante tan evidente realidad, nadie en la Roja, ni técnico ni jugadores, ha arbitrado un plan alternativo.
Podemos buscar toda clase de excusas que no nos permitirían salir de la anécdota, pero si el fracaso no sirve para avanzar, entonces ya la enfermedad es más grave. Mucho más. Y afecta al órgano afectado y sus tejidos adyacentes o periféricos.