No hay derechos sin hechos
Hecha la ley, hecha la trampa, como bien saben los políticos de cualquier signo. El recién nombrado presidente de la Real Federación Española de Fútbol se apresura a tomar decisiones firmes no porque tema no poder hacerlo si el Tribunal Supremo ratifica su sentencia de inhabilitación por prevaricación, sino porque sus asesores jurídicos ya le han dicho que si cargo no es público, sino al frente de una empresa privada que, aun con funciones públicas, no es lo mismo.
Ha empezado por despedir via burofax a algunos empleados «rubialistas», ha prescindido en su Directiva de los presidentes regionales que no le apoyaron, entre ellos el balear Horrach, y ha trascendido que el relevo de Luis Medina Cantalejo al frente del Comité arbitral es cuestión de días. Dicen que su puesto será ocupado por el actual presidente del Territorial de Galicia, entre gallegos anda el juego, a su vez vicepresidente del Nacional. Las mismas fuentes (Relevo, Ok Diario, etc) revelan la sustitución del director del VOR, el aragonés Clos Gómez, muy mal visto por Florentino Pérez, admirado por el nuevo mandamás de Las Rozas, que sería reemplazado por Del Cerro Grande, precisamente madrileño.
Un simple cambio de cromos nunca ha servido para completar un álbum, ni obtener distintos resultados aplicando los mismos remedios, tampoco. Cuando éramos niños no cesábamos de canjear estampistas de los futbolistas de la época con los compañeros de colegio, pero había que concluir encargando a la editora de la colección las correspondientes a los huecos vacíos. Uno de mis profesores de entonces, el franciscano Gregorio Mateu, fallecido hace poco tiempo, solía recordarnos que «lo importante es la actitud». Mi traducción no literal incide en que la intención, al menos eso, de aplicar otro sistema ha de guiar el nombramiento de quienes la operen, no la vecindad, las amistades o recomendaciones interesadas.
Si González Vázquez, a quien se atribuye el ascenso, no acaba con la opacidad de las puntuaciones, las trampas de traslados residenciales, no siempre ciertas, para colocar a uno u otro en determinada categoría, si no se unifican y siguen criterios, si no se aplica el reglamento del VAR según sus enunciados, cómo van a impartirlos en el campo aquellos incapaces de aprenderse el suyo. El trabajo pendiente para devolver al fútbol su propia credibilidad es ingente, largo y arduo, pero si solamente se visten las normas sin entrar al fondo de esta y otras cuestiones, ni el alto Tribunal salvará el negocio.