Obligación atendida

José María Lafuente Balle, apreciado y apreciable amigo, dice que no me mojo nunca, sin embargo lo hice y escrito quedó. El 29 de abril predije que el Mallorca se salvaría del descenso en la penúltima jornada, lo repetí el 5 de mayo y, por última vez, el 15 de este mismo mes. No lo recuerdo a modo de farol ni para apuntarme tanto alguno, pues ya hace tiempo que me convencí de que los egos no sirven para nada y un pronóstico no reviste carácter de primicia periodística.

Aunque se haya cumplido aquel ejercicio de oráculo sin más ayuda que la del calendario, es decir sin mágicas bolas de cristal ni cartas de Tarot, es y hubiera sido inútil en cualquier caso. Lo mismo que ahora hacer inservibles balances sobre la continuidad y trayectoria de Javier Aguirre a modo de desagravio, interés o simple agradecimiento. Aunque haya desviado las preguntas y evitado las respuestas en torno a su futuro en sus comparecencias semanales ante los mismos y escasos representantes de medios de comunicación, él sabía y conoce perfectamente lo que hay. Es, como asegura, hombre de fútbol, aunque prefiera leer un libro antes que ver un partido, y si un resultado permanece no más de una semana en candelero, las temporadas no por duraderas son menos efímeras. El fútbol es así, ¡topicazo al canto!.

Las formas nunca han sido el plato fuerte del club desde la llegada de los americanos o, en su caso, sus ejecutivos de confianza. Desde los tiempos de Maheta Molango, que le pregunten a Luka Romero injustamente abucheado el pasado domingo, a los de Diaz y Ortells, si recordamos las despedidas de Manolo Reina y Salva Sevilla ninguno de los cuales se mordió la lengua. Pero tampoco se trata de hacer del mejicano, simpático y dicharachero, un mártir. Ha hecho su trabajo, lo ha cobrado y ha alcanzado los objetivos que, lamentablemente, nunca fueron más allá de la permanencia. Todo lo demás es opinable y difiere al ritmo que marca el gusto de cada cual.