Pesadilla en pleno sueño

Hagamos un alto en el camino para mirar a la derecha según uno acaba de salir del puente de la Vía de Cintura, la MA 19,  justo pasado el Parque de Bomberos. No debe ser casualidad dada la errática trayectoria del histórico club blanquiazul.

Hace meses ya advertí a Tomás Monserrat, amigo y «balearico» de pro, que si su afición era numerosa pero estaba dormida, como él pretendía, debía tener muchísimo sueño. Yo creo que ha tocado techo no solamente en lo deportivo, sino también en su penetración social. Ya les ha ocurrido a otros centenarios como el Constancia o, con menos años, al Manacor o el Poblense. Crespí, Cursach y ahora Ingo Volkmann ya intentaron reflotarlo sin éxito y su clasificación actual amenaza con tener que retroceder hasta la casilla de salida, como en el juego de la oca si te caes en el pozo.

La lógica me dice que si tengo un coche estropeado y después de pasar por tropecientos mecánicos y talleres sigue roto, tendré que pensar que el problema es el vehículo y quien me lo vendió, no los operarios. Pero no parace que el alemán piense de la misma manera. El sabrá. Tengo que hacer un esfuerzo para recordar al rosario de ocupantes del banquillo de Son Malferit primero y el Estadio Balear después. Tras Nico López, todos a la calle: Siviero, Ziege, Herreros, Josico, De la Morena, Melgarejo, Manix Mandiola, Jodri Roger, Xavi Calm, Eloy Jiménez, otra vez Roger, Onésimo y ahora dicen que viene «Tato». Si las cuentas no me fallan son doce técnicos en ocho años y ninguno de ellos ha reparado la maquinaria.

No sé qué pensarán ustedes, pero si yo fuera el dueño, el empresario, si yo fuera Ingo, dejaría de mirar abajo y empezaría por arriba. No hay equipo que resista una docena de entrenadores sin que haya salido el presidente o, al menos, el director deportivo. Ya no hay escudo que les ampare. Vale que se ha remodelado el Estadio, se amplían las gradas, no sé para quién, pero la ley más antigua del fútbol nos dice que la casa se empieza por los resultados, igual que primero se cae el inquilino del banquillo y después el propietario del piso.