Piensa lo que dices, pero no digas lo que piensas

No quiero pensar, de hecho estoy seguro que no es así, que Jagoba Arrasate mantiene en el vestuario el mismo discurso que pronuncia en la sala de prensa. De puertas para fuera tiene que defender a sus futbolistas, pero sabe que no es cierto que el Mallorca mereciera ganar al Alavés porque los partidos duran 90 minutos largos, no 45, y el equipo cometió los mismos errores que frente a Osasuna: meterse atrás cediendo todo el terreno al enemigo. Y algo parecido, aunque al revés, ocurrió en Sevilla y el Metropolitano, campos en los que sus hombres aparecieron solo en los últimos veinte minutos y tras unos cambios tardíos tras no jugar a nada a los largo de las dos terceras partes del tiempo reglamentario.

No, no creo que el técnico, tampoco muy acertado en algunos cambios que reflejan una cierta dificultad en la lectura del encuentro según este avanza, haya pasado por alto que en las siete primeras jornadas del campeonato sumaran 11 puntos, el 50 % de los posibles, mientras que en el mismo número de la segunda vuelta solamente se hayan 5 de los 36 que pregona la clasificación sobre cuyo importante colchón descansa una exigencia mínima rayana en lo injustificable.

De aquel equipo aguerrido, valiente, firme en defensa, peligroso en ataque y que miraba a la cara a cualquier adversario, hemos pasado a una escuadra frágil atrás, acobardada en cuanto el marcador o el viento se ponen a favor, ineficaz frente a la portería contraria y acomodada sobre la cabeza de Muriqi, como en los denostados tiempos de Javier Aguirre. De una plantilla que parecía mejor de lo que es, nos hemos encontrado con un bloque que, puntos aparte, no se muestra superior a ninguno de los competidores que viajan por detrás en la tabla.

Con la llegada de la primavera sonará el pistoletazo de salida para aquel sprint final donde, recordaba Luis Aragonés, se decide todo y lo único que suena a realismo es la cercanía del único objetivo posible e incluso el único recomendable: la permanencia. «De ilusión también se vive» no deja de ser un modismo del refranero popular y el título de una película del año 1947 protagonizada por Maureen O’ Hara cuya cabecera original era «Milagro en la calle 34». Aquí el prodigio se hace cada día con un plantel limitado que ocupa asientos de primera clase cuando debería ocupar los de turista. Todos nos sentimos más cómodos e incluso satisfechos, pero no engañamos a nadie.