Pito y punto en boca

Los árbitros se sienten incomprendidos, supongo que en la misma proporción en que los demás no les comprendemos a ellos; bueno algunas de sus decisiones. Equivocarse en el terreno de juego es humano, admisible y tan fácil de entender como difícil su labor. Pero lo del VAR, señores, eso es otra cosa. Errar después de haber visto la acción las veces que sean necesarias, tirar los ángulos precisos y decidir en consecuencia no admite ningún tropiezo, ni perdón. Uno profesionales, que ya lo son en función de lo que cobran, que falla con tales medios a su disposición estás confesando su incapacidad, dicho finamente para no entrar  en conclusiones peores. Son, en suma, muy malos.

El protocolo que pretenden seguir a rajatabla no les ayuda. Esta última jornada el mismo colegiado, Diaz de Mera, no ha entrado en la alevosa plancha de Johny, del Betis, que acabó con Samú, del Mallorca en el hospital, pero si en una de Suso, Sevilla a Aimar Oroz, Osasuna, que le valió la expulsión tras consulta pertinente. La diferencia está clara: en Son Moix el árbitro de campo, Iglesias Villanueva, no exhibió tarjeta amarilla y en el Sánchez Pizjoan, Cuadra Fernández, sí lo había hecho y su compañero en cabina le cambió el color de la cartulina.

Pero el protocolo, la jerga anglófila que utilizan para sus charlas, «behind» arriba o «behind» abajo, o hasta vestir de uniforme ante la pantalla, suena ridículo. Sin embargo, lo que no es ridículo sino sangrante, es el sistema organizativo del CTA, el de designaciones en lugar de sorteo puro y, el de ascensos y descensos que, prestigio aparte, supone una importante cantidad dinero según la categoría. De ahí que ni en Primera piten los mejores, ni en Segunda los peores.

Medina Cantalejo resiste sin inmutarse en su poltrona en plena tormenta arbitral y no quiere no hablar de la independencia del Comité en ligas como la Premier o el Calcio. También lo hace el sucesor de Rubiales, como ya expresé días atrás, reina después de muerto a través de los testaferros que él mismo colocó y que, como ven, se aferran a sus puestos como lapas. «Por algo será», que decía la Bombi, aquella musa del «1-2-3 responda otra vez» de Narciso Ibañez Serrador, un pasatiempo en medio de sus series de terror. Extraña relación mental e inconsciente. La del terror, digo.