Si Shankly levantara la cabeza

Bill Shankly fue el más célebre de los entrenadores que jamás tuvo el Liverpool. Le dirigió a lo largo de 783 partidos desde el año 1959 y me ahorraré otros detalles de su imponente historia para no distraerme de lo esencial en unos tiempos en que no perder el enfoque se hace imprescindible en medio del caos y tanta ceguera.

Este hombre vivió el fútbol intensamente hasta su muerte a los 68 años en 1981. Tanto que llegó a confesar su pasión en estos términos: «algunos creen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte, pero es algo mucho más importante que eso». Lo dijo en un programa de Granada Television, no confundir con la provincia de Andalucía, unos cuatro meses antes de su fallecimiento. Hoy sabemos que se equivocaba, tal como me recuerda mi amigo Johnny Molony, fact totum de la cocina de C’an Eduardo.

Por eso me apena que quienes controlan, nunca mejor dicho, este negocio alejado del espíritu que alumbró Shankly, -«si estás con el balón en el área y no estás seguro de qué hacer con él, mételo en la portería y después ya discutiremos las opciones»- no sepan aprovechar la influencia del fútbol en la sociedad para transmitir valores intrínsecos completamente ajenos a las olimpiadas de apuestas, calendarios salvajes y discusiones bizantinas sobre cómo y cuándo terminar las competiciones. ¡Todo por la pasta!.

Un deporte devenido en especulación, mercado de abrumadores prácticas especulantes que en lugar de sumar enfrenta a borrachos de ambición al punto de provocar uniones tan curiosas como la de un letrado españolista próximo a Vox con un mecenas del indepedentismo y la izquierda radical.

En Italia, cuyo número de infectados y fallecidos por el coronavirus no hace falta repetir, el Nápoles pretende reanudar los entrenamientos de sus futbolistas pasado mañana. Y la «Bota», como hemos visto, no está tan lejos.