Tal para cual

Hubo un tiempo en el que el Real Madrid fue un club señorial y el Barça,  «algo más que un club» serio. Hace mucho que ambos dejaron de ser una cosa y la otra. Florentino Pérez y Jan Laporta han entendido que el «fair play» ha dejado de ser necesario ante sus socios o abonados, ciegamente entregados a la causa o, lo que es lo mismo, el resultado, y tampoco lo precisan para conseguir los objetivos que ellos mismos se marcan.

Para no dejar la precedente afirmación hueca de contenido, basta esgrimir la «espantá» madrileña en París a modo de pataleta porque no le dieron el Balón de Oro a su niño mimado, Vinicius, por no entrar en el manejo de medios de comunicación propios, allá cada cual con los ajenos, para presionar a los árbitros desde Real Madrid TV con una mano y, al mismo tiempo, personarse en el «caso Negreira» contra el Barça, cuyo caos no se circunscribe solo a este asunto, sino a la gestión económica de su crisis galopante imposible de cerrar a base de personalismos, palancas y esmeriladas operaciones comerciales.

Los principios y valores del deporte no figuran entre las prioridades de ambos. El fin, según ellos, justifica los medios. No sienten el menor respeto por su adversarios, ni por las decisiones, como la del jurado de France Football, de jueces imparciales ya sean entrenadores, periodistas, jugadores, dirigentes o árbitros. Dejaremos al margen el uso del racismo como coartada del impresentable comportamiento sobre el terreno de juego del brasileño en cuestión. Una afrenta que, casualmente, no recibe ninguno de sus compañeros ni tampoco en otros equipos donde militan profesionales de su misma raza. Salvo, eso si, el joven Lamine Yamal, ¿dónde?, precisamente en el Santiago Bernabéu.

Pero juegan con ventaja. No hay comité federativo, ni comisión de la Liga de Fútbol Profesional que se atreva con ellos. Ni el CSD, ni TAD que valga. Son la «marca España» al otro lado de los Pirineos, del Atlántico y alrededor de todo el globo terráqueo.