Todos tenemos la culpa

La dejadez de las autoridades argentinas se ha puesto de manifiesto en los incidentes registrados ante el partido de vuelta de la final de Libertadores entre River Plate y Boca Juniors, pero el problema no surge ahora sino que viene desde muy atrás.

En la semana en que los padres de dos niños se han enzarzado en una pelea en las gradas de un campo de Murcia, el problema se radicaliza entre los adultos pero nace de la falta de formación en las escuelas y, ¡ojo!, en el seno de las propias familias.

Ha llovido desde que Héctor Cúper entrenara al Mallorca, su plataforma para darse a conocer en Europa. Ya entonces en el transcurso de una conversación privada e informal me advirtió que «en mi país se toman a broma el auge de las Barras Bravas y lo acabaremos lamentando todos». Y todos, en efecto, deploramos no solo lo que ha ocurrido en Buenos Aires, sino el amparo a una cierta delincuencia que se oculta entre los aparentemente acérrimos y fanáticos grupúsculos protegidos a veces desde los propios clubs.

Lo realmente trágico de lo que ha trascendido ahora a nivel mundial es que no constituye ninguna sorpresa. Es más, se sabía lo que podía ocurrir y, desgraciadamente, ha sucedido para vergüenza general de quienes no han hecho nada para impedirlo. Como la violencia de género y otras lacras sociales no hay más solución que la formación desde la más tierna infancia y cualquier esfera social, pero cuando el virus se ha desarrollado tanto que ya no hay quien lo cure, se impone la cirugía drástica y cortar incluso el tejido sano para que el cáncer detenga su avance y no se reproduzca.