Un guión predecible

La euforia desmedida y extemporánea trae tan malas consecuencias como la falta de motivación que sucede al pesimismo. Hay que tener mucho cuidado con los contratos de larga duración a futbolistas y técnicos porque a la hora de firmar todo es color rosa, pero después el tiempo pone a cada cual en su sitio. Ahí han quedado aquellas largas contrataciones de Molango con Alex Alegría, entre otras, lo poco que valía el año de más que hubiera tenido Vicente Moreno o, ahora mismo, el que habrá que pagarle a Luis García Plaza en cuanto sea cesado, una decisión a todas luces inevitable.

Sin tratar de apuntarme ningún tanto ni ir de farol, quienes han seguido este blog atestiguan que lo que acaba de suceder no me sorprende en absoluto. Podría citar muchas referencias de fechas pretéritas en las que opiné que la mayor virtud, ignoro si la única, del entrenador madrileño fue no renunciar a la herencia de su predecesor sino, por el contrario, aceptarla y potenciarla. Indudablemente una idea consecuente durante un tiempo para conservar el efecto arrastre de sus dinámicas de grupo, vestuario y juego, pero que decrecen en el transcurso de los días y por lo tanto uno debe asentar su propia doctrina. En este punto ha fallado estrepitosamente mostrándose inseguro, dubitativo y despistado.

Dicho lo cual, me remito a mi blog de ayer. Los directores deportivos no dimiten nunca. Se supone que el primer desaguisado lo promueve Pablo Ortells no tanto en la confección de una plantilla para no descender en el mejor de los casos, sino por confiar en el amigo al que conoció en Villarreal sin escarbar ni profundizar en un mercado que, la verdad, nadie sabe si conoce muy bien porque seamos sinceros, en La Cerámica, no es que fuera el rey del mambo. Claro que allí nunca hubiera cobrado lo que aquí le pagan, en cuyo caso allí habría permanecido aunque hubiera tenido que continuar a las órdenes de Roig hijo, Llaneza y alguien más.