Una guerra de egos

Venden la Superliga, una especie de «Kings League» en campo grande, como si fuera a empezar mañana o pasado porque los egos de Florentino Pérez y Jan Laporta están por encima de sus propios personajes. No se habla de una competición de difícil recorrido, sino del triunfo de ambos presidentes sobre la todopoderosa UEFA, relativa victoria en una batalla que no determina la guerra.

Salvo un cambio de opinión improbable en Inglaterra, Alemania y Francia, primer pero no único gran obstáculo, son muchas más las barreras a superar para hacer del sueño una realidad enfrentada a un calendario sin espacio para más novedades, ni sin más estructura (árbitros, jueces de línea, var, comités, etc) que las promesas de un dinero que está en el aire y ni se sabe de dónde sale, ¿países árabes?, partidos en abierto (¿por cuanto tiempo?) pendientes de una plataforma de streaming al alcance, no al uso, de buena cantidad de aficionados, ¿qué pasa con los contratos de televisión en vigor?. Una liga cerrada con ascensos y descensos, si, pero entre los hipotéticos 64 equipos dispuestos a caer en la propuesta de dos clubs grandes, uno en plena ruina, propietarios de la patente «el clásico», convencidos de concentrar la esencia del fútbol cuyo declive han contribuido a fomentar.

De otro lado, las federaciones domésticas y locales en cuanto inscritas en la UEFA, comprometen su existencia y ¡ojo!, razón de ser, a la protección de todos los clubs, tanto ricos, si queda alguno, como modestos, que son mayoría. Dos entidades sin ánimo de lucro según los estatutos y fines sociales que las definen, enfrentadas a un mínimo de 38 sociedades anónimas deportivas regidas por unas reglas diferentes, por obsoletas que hayan quedado desde su creación 33 años atrás. «El pueblo unido jamás será vencido», reza el lema y cabezas de serie como el Atlético, el Bayern o el Manchester United, cada uno en sus circunscripciones, representen una fuerza de oposición amparada por un Gobierno, el británico, sus Ligas Profesionales y la inmensa mayoría de clubs modestos que contemplan aterrados y preparados para la resistencia a los pensamientos oníricos surgidos de la prepotencia, por una parte, y la desesperación por la otra.

Lo único que ha determinado el TJUE es que la UEFA ni la FIFA, tienen potestad para impedir la organización de CUALQUIER otra competición de fútbol. Ambas instituciones se hallan en una posición de abuso de poder que constriñe au autoridad para sancionar a los díscolos. No vamos a descubrir ahora sus defectos, intromisiones y montajes pero, ¿la solución es crear otro monstruo igual, abierto a internet pero cerrado en el terreno de juego?.

Unidos por un interés aparentemente común, irreconciliables por definición, Madrid y Barça son los autores de un guión teatral cuyo acceso a los escenarios va para largo si es que no se estrella por un camino yermo de rosas y plagado de espinas cuyo final no conoceremos probablemente en menos de un lustro en el mejor de los casos.