Undécimos en clasificación social
El púbico mallorquín es generalmente frío. Arrancarle un aplauso en el transcurso de cualquier manifestación pública o un espectáculo es tarea árdua, a menudo imposible. Pero no todo obedece a ese carácter individualista y taimado, amigo de rebuscar pajas en ojo ajeno antes que reconocer vigas en el propio. A la gente hay que ganársela. Lo hizo Jaume Rosselló, presidente del Mallorca del primer ascenso a primera división y añosm más tarde Miquel Contestí, quien más años ocupó el palco del Lluis Sitjar hasta su hartazgo.
El gabinete sociológico de Antonio Tarabini, Gadeso, ya llevó a cabo un estudio encargado en su tiempo por Mateu Alemany para medir la penetración del club en la sociedad balear. El resultado no pasó de discreto, siendo benévolos. Pero lejos de aprender de aquella lección y otras que el tiempo se ha encargado de impartir después, Maheta Molango solo ha dado pasos para erradicar el mallorquinismo en vez de acentuarlo. Números cantan.
Mientras el CEO ordena repetir como un hito en las redes sociales el número de abonados alcanzado esta temporada, poco más de 10.000, la relación publicada la pasada semana por Marca sitúa a diez equipos de segunda división por encima de esa cifra nada mítica. Dejemos aparte los 27.000 socios del Real Zaragoza, una ciudad mucho mayor que Palma, pero las nueve restantes son de similar población y algunas bastante más pequeñas. Gijón, A Coruña, Málaga, Oviedo, Las Palmas, Pamplona, Cádiz, Córdoba e incluso Elche y Tenerife van por delante, por añadidura y en ciertos casos con equipos peor clasificados.
El trabajo en esta parcela ha sido nulo y hasta negativo. Las pérdidas económicas también. Los nativos somos un desastre en tareas colectivas u objetivos comunes, cierto. Pero los americanos debieron informarse y trabajar más. Así de claro.