Adiós a plazos

Los amantes del tenis no somos conscientes de lo que nos ha tocado gozar entre los últimos veinte años del siglo anterior y los casi veintitrés completos del XXI. Hablo de los aficionados en general, no solo de España, sino de todo el mundo. Por lo que a nosotros, los mallorquines, se refiere, tuvimos un aperitivo con Carlos Moyá, sin olvidarnos de Alberto Tous que sembró la semilla, como puerta de entrada a la que, posiblemente, ha sido el cuarto de siglo más brillante de la historia de este deporte.

No sucedió antes ni será fácil que se repita. La coincidencia en las pistas de Roger Federer,  Djokovic y Rafa Nadal ha sido un regalo cuyo agradecimiento no es fácil expresar con palabras, como no lo fue nunca explicar sus genialidades «masters» tras «masters» y «grand slam» después de «grand slam». No hay ensaladera ni trofeo que pueda representar lo que el serbio, el suizo y el mallorquín nos han ofrecido durante largas y a su vez cortas horas delante de la televisión.

Miguel Angel Nadal, ex futbolista y tío de Rafa, decía que Federer había nacido con raquetas en lugar de brazos. Ha sido el primero en abandonar. El paso del tiempo, inexorable, ha pillado desprevenido a Novak, que resiste más que juega y no acierta si al otro lado de la red todavía divisa a alguno de sus grandes, eternos contrincantes. Nadal, el niño que ganaba en los «Manuel Alonso» y en los torneos infantiles de invierno que organizaba Juan Amador en Cala Ratjada, ha optado por una despedida a plazos, un adiós se mire como se mire.

Y el tenis se ha quedado huérfano de repente. El ranking de la ATP, cuyos tres primeros puestos estuvieron copados, reservados a los dioses y vetados a los humanos, no brilla de la misma manera. Lo siento. Siempre nos quedarán Roland Garros y Wimbledon.