Arizona baby

Bastantes mallorquinistas, es decir seguidores o abonados del Real Mallorca, reivindican la conservación de la pared que sostiene la antigua puerta del viejo y derruido Lluis Sitjar. Hay que conservar los símbolos. Podríamos estar de acuerdo y hasta exigírselo a Cort siempre que allí sepan algo que no sea cómo hacerse con los títulos de propiedad que todavía colean. Lo que llama la atención es que ni uno solo de estos aficionados se ha parado a limpiar las pintadas de la fachada o encalarla de nuevo. Emaya tampoco, por supuesto.

Otros muestran su preocupación por el futuro del estadio de Son Moix ante el anuncio de reforma que prevén llevar a cabo sus inquilinos. Otra vez hay que contar con el Ajuntament que, aunque haya «alquilado» el Multiusos, o sea fútbol y conciertos, para más allá de lo que verán algunos de los que hoy piden un recinto modélico, sigue siendo el dueño. La contradicción viene dada por el hecho de que, aparte, exigen retirar las pistas de atletismo que, en efecto, no sirven para nada y una capacidad mínima para 30.000 almas cuando no hay manera de interesar a más de 20.000.

Me resulta particularmente curioso que tanto amor por lo que se consideran signos de identidad y, como repetía el malogrado Tolo Güell, mallorquinidad no haya calado a la hora de abandonar todas sus señas en manos ajenas. A los copropietarios no les queda ni la puerta, y el alquiler del estadio revierte en beneficio de unos banqueros de Arizona y sus socios que, seamos sinceros, no sabían localizar a Mallorca en el mapa antes de subir a un avión con destino a Palma. Vamos, que la puerta del Lluis Sitjar solo la han visto en foto y Es Fortí no significa para ellos más que un objeto de trueque para negociar con el alcalde por si alguien arregla los asientos rotos del «Visit Mallorca», que no los platos.