Brotes verdes
Creo en el fútbol de pueblo. Antes de los más modernos planes o planificaciones de lo que se llama fútbol formativo, los campeonatos de infantiles se denominaban «torneo alpargata», lo que se debía a que los chavales no usaban botas con tacos y si acaso, ya en etapa juvenil, de goma. Eran los tiempos de los partidillos en plena calle o descampados y verdaderos pedregales. Era ver lleno el viejo Es Cos, del Constancia de Inca, Sa Fortalesa, del Poblense, Na Capellera en Manacor o el ya construido Estadio Balear, sustituto de Son Canals. Aquello se acabó no sé si por culpa de la televisión, el progreso, la economía o que no hay padre, madre o agente que vea en cada niño o niña de 9 años un portento en ciernes. Sea cual sea la causa, el balón ya no rueda como antes en la mayoría de pueblos, villas o aldeas.
Asistimos a presentaciones de jugadores que besan el escudo de sus camisetas para no confundirlos con sus áureas tarjetas de crédito ilimitado, aunque por fortuna quedan algunas excepciones. Abdón, que no Maffeo, es una de ellas, pero resaltan más cuando hay quien piensa con el corazón más que con la cabeza. Produce emoción escuchar que en Bilbao dan por seguro que Nico Williams estará el 12 de agosto en Lezama por muchos millones que el Barça ponga sobre su mesa, si es que los tiene o puede pagárselos. Puede que no todo esté perdido si es cierto que, antes de su casi seguro fichaje por el Atlético, Le Normand diga que primero ha de hablar con su club, la Real Sociedad.
En medio de la desigualdad extrema entre los clubs que preside este cada día más dudoso espectáculo y no menos irregular negocio, sería bueno no olvidar que, aunque evidentemente es mejor jugar sobre un terreno cuidado y dirigido por manos expertas que sobre el asfalto de cualquier ciudad, el fútbol creció, se hizo grande desde las pelotas de trapo y las de plástico, ahora reinas de las playas, fueron una modernidad. Aquel extraordinario futbolista portugués del Bemfica, el segundo 10 impactante después de Pelé, Eusebio afirmaba que el secreto de su potente disparo residía en haber aprendido descalzo. No es preciso remontarnos a la prehistoria, pero ser agradecido y respetar los orígenes permite vislumbrar brotes verdes sobre una tierra árida y pedregosa cuando el fútbol era verdad.