Cuatro ascensos y un funeral (Capítulo 1)

De los nueve ascensos del Mallorca a primera división, tuve la fortuna de vivir cuatro de ellos desde el mismísimo ruedo profesional. Los dos últimos, desde mi localidad de barrera, tendido de sombra. No es poco para quien, también desde la arena del coso, tuvo que contar el descenso a los infiernos, las tinieblas más profundas entre 1974 y 1978. Entenderán que haber disfrutado de acompañar al equipo en competiciones europeas fue un sueño que jamás presentí que fuera realidad.

Si, la Champions, la final de Birmingham, las de la Copa en Madrid y Valencia, ambas perdidas y la de Elche o la Supercopa con Cúper. Sensaciones muy especiales, emociones muy fuertes, recuerdos imborrables y una satisfacción profesional enorme. Pero, ¡cuidado!, creo que nada de todo aquello se parece a lo que representa un ascenso. Me alegro de los últimos, ya con los dueños americanos, pero retrocedo al de la temporada 1982-83, en el Santiago Bernabéu contra el Castilla, tras perder los tres últimos encuentros y subir gracias a la victoria del Rayo en Coruña. Predije una efímera temporada entre la élite y denuncié en un programa de TVE la falta de estructura necesaria para lograr cierta estabilidad en la nueva categoría. Acerté, aunque me costó el derribo de la cabina de radio desde la que trabajaba, la prohibición de entrada al Lluis Sitjar y escapé de una encerrona en la fiesta del Casino de Mallorca que me habían preparado desde el propio club.

Tampoco consigo adivinar ahora el proyecto que esconden Robert Sarver y sus socios, si es que albergan alguno. Hasta ahora solamente han dado señas de poner y exponer el mínimo necesario y suficiente para no devaluar el club. Es suyo, pueden hacer lo que quieran. A esta sociedad, la mallorquina, incluso a la masa de aficionados, sea la que sea, les da igual mientras que «la cosa funcione», como rezaban los carteles de una de las películas de Woody Allen. Por ahora, porque mañana les contaré más aventuras sin desventuras de mis cuatro ascensos, me quedo con al ruego de Martin Valjent en plena celebración, cuando el jolgorio y la euforia induce a expresar sin filtros lo que uno piensa: «espero que el club haga todo lo que pueda para que podamos estar más años en Primera, no como la última vez». Vicente Moreno se lo creyó. Luis García Plaza tiene que exigirlo.