Del populismo al postureo

Les pido que recuerden esta última oración de mi artículo del pasado día 2 de enero: «Y dejemos para otro día el regalo de la nueva Ley del Deporte publicada poco antes de las uvas. Adelantamos que los leguleyos deberán ponerse las pilas y los aficionados las vendas”.

Empecemos con los leguleyos, que van a tener que invertir horas en recorrer los recursos que pasan por encima del reglamento deportivo sustituido por normas administrativas que permitirán llevar la expulsión de un jugador a los tribunales de Justicia, tal como ya hizo el Barça con la sanción a Lewandosky, previo paso por un árbitro plenipotenciario pero no de los que pitan, sino de los que emiten laudos.

Ahora vamos con los aficionados, se les ha reservado el papel de jarrones decorativos. El texto, muy pomposo, de la regla que les afecta obliga a las sociedades anónimas deportivas a sentar en sus consejos de administración a un consejero independiente de la entidad que será elegido entre los abonados del club mediante sufragio entre ellos mismos. Deduzcan, por su propio peso, que un consejero sin voto, sin acciones y probablemente sin voz, no pasará de ejercer una representación de tercera categoría a través de la cual siempre podrá pedir que los w.c se limpien mejor los días de partido. Eso si, habrá bofetadas para pintarla.

Por cierto y como es natural, Real Madrid, Barcelona, Athletic y Osasuna no tendrán por qué ceder una silla a nadie porque siguen sin reconvertirse en sociedades anónimas. Con estos no se atreve ni el ministro del ramo

Me dijeron que Albert Soler era un hombre capaz como director general del Consejo Superior de Deportes, lo que no pongo en duda. En cambio me pregunto si su salida voluntaria de la institución se debe a que no le vinculen a la susodicha Ley, que sería lo lógico, o a la vergüenza de haber participado en su confección, que me resultaría sorprendente.  Y ya lo he escrito otras veces: cada vez que tocan algo, lo dejan peor de lo que estaba.