Derecho a la pataleta
De comunicado en comunicado, Moviment Mallorquinista ha pasado de interlocutor voluntario entre el club y el 18 por ciento de los abonados quejicas, que parece deben ser algunos más a juzgar por el contenido del oficio, a exponer públicamente su protesta por la nefasta e impersonal gestión de la campaña en curso. Se preguntan si la adjudicataria de la misma está suficientemente preparada o es la idónea para el encargo que ha recibido. Más allá de la falta de comunicación imputable al propio RCD Mallorca, también podrían preguntarse si Alfonso Díaz es el más capacitado para ocupar la primera posición en el organigrama ejecutivo y si Pablo Ortells merece la corona de la dirección deportiva.
De cualquier manera ambas preguntas llegarían demasiado tarde, como suele suceder cuando el «borreguismo» sustituye al espíritu crítico. El consejero delegado, henchido en la final de Copa, invitado a la Eurocopa y crecido en el reciente desayuno sin diamantes, mientras el presidente aparece solo en vídeo conferencias internas, únicamente habla para vender lo bien que lo hacen todo, las cerchas de la grada este, la reforma del estadio, negada a propietarios anteriores por las instituciones locales, los «stages» de equipos extranjeros en Son Bibiloni, el ascenso del Mallorca B ¡a Tercera!, se diga como se diga, y la promoción de los espacios comerciales que a algunos de sus predecesores les fueron impedidos a golpe de lágrimas, sangre y letra impresa. Eso si, que no falte la foto aunque sea para hacernos creer que él también pintó el portalón del Lluis Sitjar.
En realidad las «penyes» del Mallorca nunca han pintado nada, digo de verdad. Hubo ejecutivos a quienes su sola presencia incomodaba y a sus celebraciones enviaban al último mono del «staff». Les dejan hacer alguna cena de vez en cuando y en etapas pasadas, les regalaban entradas de balde. Nada que ver con las de otros clubs. Las del Levante, por ejemplo, evitaron el desembarco de los americanos en Orriols, su barriada en Valencia. De la Real Sociedad son pequeños accionistas y no digamos del poder mediático y social de las del Betis, Espanyol o Atlético. Aquí pasa un poco como en el Barça, mientras aquello rule, que Laporta haga lo que quiera. Claro que siempre les queda la pataleta, como a casi todo el mundo. Casi.