Desde la poltrona

Si los números y la memoria no me fallan he llegado a conocer a unos 20 presidentes de los 34 que ha tenido el Mallorca. Me incorporé a la información deportiva en la temporada 1970-71 con José Fandos como sucesor de Guillermo Ginard, que le dejó una herencia envenenada, al que encontré más tarde en una de las páginas más negras de la historia barralet de la que ya he hablado algunas veces estos últimos días de confinamiento.

Miquel Contestí ha sido quien más tiempo se mantuvo en el cargo, unos 14 años, seguido de Andrés Homar que ejerció su cargo entre 1935 y 1943, por lo que le tocó sortear la guerra civil de 1936 y la posguerra previa a la Mundial de 1945. Fue el predecesor del mítico Lluis Sitjar bajo cuyo mandato se construyó el viejo Es Fortí, de ahí el gesto. Contestí Cardell, padre de la exdiputada de Vox Malena Contestí, había sido cocinero antes que fraile pues antes de que el abogado e íntimo colaborador de Jaume Rosselló Pascual, -con el que el club adquirió carta de naturaleza profesional y su primer ascenso a primera división en 1960-, José María Lafuente López le convenciera para salvar al Mallorca de su desaparición, fue directivo. Curiosamente abandonó justo antes de la reconversión del club en sociedad anónima deportiva.

En el polo opuesto hubo representaciones efímeras, omitiré las de personajes innombrables, pero sin pasar por alto a Monti Galmés, Josep Pons, Bartomeu Vidal, Pau Llabrés o Miquel Cardell (gestora) por su honestidad. Otros apenas tuvieron función ejecutiva, como Guillem Reynés o Bartolomé Beltrán a la sombra de Mateu Alemany. Y también quien arriesgó su dinero, como el abogado andritxol, Vicenç Grande o Jaume Cladera, uno de los más distinguidos socialmente, y el actual Andy Kohlberg. Aunque sería injusto olvidar a Antonio Asensio Pizarro o Llorenç Serra Ferrer pese a que no ejercieran como tales.

Como ya expliqué en el caso de los entrenadores, repartieron errores y aciertos, unos más que otros, y gobernaron el club con particularidades concretas. A título de anécdota a finales de los sesenta ocupaba el palco uno que reaccionaba singularmente ante los pitos y pañoladas del público ya que sonreía cínicamente, colocaba sus dedos índice y meñique en «U» sobre la barandilla y murmuraba sin que le pudieran escuchar: «cabrons i banyuts, tots, cabrons i banyuts».

Otro día, más.