El cliente es el aficionado

Diríase que los sesudos dirigentes de federaciones y/o clubs de fútbol quieren vivir al margen de la realidad. No ven que sus clientes son los aficionados, no las televisiones. Si, las operadoras pagan, por cierto cada vez menos porque descienden vertiginosamente las audiencias, pero quien paga, sea en taquilla o por suscripición, siempre es el mismo: el público. Y, perdonen, pero muerto el perro muerta la rabia.

El seguimiento de los partidos de la Selección Española, otrora reconocida como la Roja, ha descendido, no se asusten, un veinte por ciento. Nada extraño después de los vaivenes de Luis Rubiales desde Las Rozas o las salidas de tono de Luis Enrique. Uno puede elegir a los jugadores que quiera, con Sergio Ramos o sin él, e imponer el sistema de juego que más le guste -Clemente hizo debutar a Molina, portero, como extremo izquierdo-, pero no puede desilusionar a las masas, apagar la fiebre por la dos veces campeona de Europa y una del Mundo y, a mayores, sacar pecho a modo de a quien no le guste que me pite todo lo que quiera.

En el ámbito privado, si es que la Selección no fuera el jardín recoleto de la RFEF, las cosas son diferentes, pero no mejores. Las audiencias de los partidos televisados ha bajado más de un seis por ciento y no podemos decir que la afluencia a los estadios no haya seguido un descenso aun mayor. Más vale que Florentino y Laporta, este último al margen de colocar a su hermana en el Barça, le den un par de vueltas al clavo ardiente de la Superliga porque la demanda del fútbol por televisión va a la baja.

Y todo, todo, porque tanto si va a la grada como si se queda en casa, el consumidor es el indivíduo, al que se putea, con perdón, en horarios, precios, desprecios y, en suma, una política ajena a sus intereses en relación a sus compromisos laborales, conciliación familiar y oferta de entretenimiento. La gente empieza a estar harta de partidos en lunes, otros programados sin el menor respeto a la entrada en colegios, oficinas o lugares de trabajo y pagando, pagando y pagando en lugar de ganando, ganando y ganando, para que cuatro, diez o cien tuerce botas atesoren lo que nadie más va a reunir en toda su vida trabajando de sol a sol.

Que lo sepan los más listos de la clase.