El fútbol era un sentimiento

Cantaba el fondo norte del Lluis Sitjar «el Mallorca es un sentimiento», todo un himno resumido en una frase mucho más indicada que el que se estrenó por y para el centenario. Hasta el de Bonet de San Pedro suena mejor.

Aquel cántico que se escuchaba a finales de los 90, en plena efervescencia del Mallorca de Cúper, debería explicar el fenómeno del fútbol que el «filósofo» Jorge Valdano equipara a un «estado de ánimo» y califica como «la cosa más importante de las cosas menos importantes». Dos definiciones más ajustadas al negocio de hoy en día que a la esencia del deporte en cuestión.

Tendríamos que retroceder a sus orígenes para señalar a partir de cuándo, cómo y por qué el fútbol pierde sus valores. El escritor checo Milan Kundera no anda muy descarriado al afirmar que «el fútbol es un pensamiento que se juega y más con la cabeza que con los pies». Ningún parecido con lo que vemos y ningún secreto evolutivo, ya que en cuanto dejó de ser un encuentro de amigos entre amigos y abrió sus puertas al dinero, la corrupción estaba asegurada. Lo mismo ocurrió con la noble disciplina del boxeo y veamos dónde ha llegado.

El fútbol se ha rendido al oro. El Barça ya no es «mes que un club», ni el Madrid otra cosa que nada tiene que ver con el espíritu de Santiago Bernabéu. Es más, no creo que en primera división queden muchos clubs representativos de la personalidad de sus aficiones, ciudades o autonomías. Tal vez el Betis, también el Athletic y probablemente el Osasuna. Pocos más.

Manuel Vázquez Montalbán, el creador del detective Pepe Carvalho, dijo «el fútbol es una religión en busca de un dios», pero ya hay tantos dioses, semi dioses y pseudo dioses que esa religión pagana se ha convertido en agnosticismo.

El sentimiento se ha reducido a la nada, sometido a la dictadura de los resultados, la «pasta»,  un mercado de esclavos a precio de diamantes manejado por mercaderes que banalizan, capitalizan y pretenden monopolizarlo al servicio de sus mezquinos intereses. A partir de ahí: ¡sálvese quien pueda!».