En la luna de la Copa
Si la competición de liga en España está claramente contaminada y no solo por la desigualdad del reparto de sus ingresos que influye en perjuicio de los más modestos económicamente incapaces para confeccionar plantillas competitivas, aunque el Girona o la Real Sociedad constituyen un ejemplo de cómo hacerlo, la Copa del Rey es la más clara definición del verbo manipular.
No tiene parangón la organización del torneo del KO, llamado así no porque los perdedores vayan cayendo sobre una lona imaginaria, sino porque no hay participante que por una causa u otra, deportiva o monetaria, no pierda la sesera. La fórmula favorece con descaro a los clubs grandes, de entrada el cuarteto de la Supercopa entre los que no suelen faltar ni el Madrid ni el Barça, ¡faltaría más!, al emparejarles con los equipos más débiles bajo el obsoleto engaño de que es para ayudar a los pequeños que, claro, pican y se lo creen. Uno de los modestos estará encantadísimo de recibir al Osasuna, por ejemplo. Una vez adjudicados estos cuatro, las sobras van al resto de «Primeras» para cumplimentar a los supervivientes de Segunda que, al no ser suficientes, forzarán una eliminatoria entre dos de la máxima categoría, pero como son a partido único en el campo del inferior, el anfitrión se designa por sorteo. Un galimatías impresentable, si.
A partir de la tercera ronda, es decir treintaydosavos de final, en Inglaterra entran todos en el bombo incluidos los de Champions y Europa League sin distinciones. Y se juega a ida y vuelta y hasta con un tercer encuentro a modo de desempate si terminaran igualados. Claro allí también descienden a los árbitros al día siguiente de cometer un error grave y aquí protestamos en redes sociales y en el Comité miran a las estrellas porque su residencia habitual es la luna.