Fervor por la Selección
Me sorprende la sorpresa que causa el poder de convocatoria y unión que genera la Selección Española en función de sus triunfos. Que a cualquiera le gusta ganar y huye de las derrotas cae en la más extrema de las perogrulladas. Algo hay de eso, pero poco. La cuestión radica en que incluso personas a las que no les gusta el fútbol se transforman en hooligans de la Roja, en seguidores tan fieles como acérrimos y esto obedece a la propia esencia del fútbol, lo que explica su éxito y a un plazo no muy largo devolverá sus aguas al cauce que jamás debieron abandonar.
Hace más de medio siglo TVE, aun en blanco y negro y VHF, emitía un programa titulado «La Unión hace la fuerza». Era una batalla cultural entre provincias. Cada una de ellas competía con un equipo de «sabios», fueran profesores,. catedráticos o destacados profesionales de diversos sectores, que debían responder a una serie de preguntas históricas, científicas, musicales, artísticas, etc, etc. Si fallaban una respuesta, su puntuación podía ser redimida mediante una prueba deportiva a cargo de un especialista del lugar. Recuerdo que al País Vasco le representaba un cortador de troncos de árbol y Baleares mandó a su gran campeón ciclista Guillem Timoner. Bueno, pues cuando nos tocó concursar media Mallorca, no sé si también en Menorca e Eivissa, se agolpaba ante un televisor y colapsaba literalmente los bares que disponían de aparato que, como los hogares, no eran todos.
No es el sentimiento del corazón, ni siquiera de la sangre. El secreto está en las raíces. No podríamos imaginar al Athletic en manos de un fondo de inversión árabe, ni a la Real, el Alavés o el Osasuna. Ni al Betis regido por un consorcio chino o japonés o al Real Madrid y el Barça vendidos a una multinacional rusa. Otros clubs han pagado su mala gestión cayendo en manos de especuladores sin escrúpulos. Granada, Espanyol, Valencia o el mismo Mallorca, por citar ejemplos a toda prisa. No obstante nos hallamos ante un fenómeno pasajero, en primer lugar porque los propios inversionistas acaban desengañados al comprobar que el negocio que les vendieron no alcanza sus expectativas y, finalmente, porque no hay una sola planta que sobreviva sin sus raíces.
Queda perfectamente explicado en aquella frase del escritor uruguayo Eduardo Galeano que usó Ricardo Darín en «El secreto de sus ojos»: «un tipo cambia de religión, de partido político, de profesión, de país, de nacionalidad, de dios, pero nunca cambia de equipo de fútbol».