¿Fin de trayecto?
Dejemos de lado la vieja rivalidad con el Mallorca que, dada la diferencia de categoría, club, respuesta social, instalaciones y presupuesto, más que antigua ha derivado en inexistente, vestigios de un pasado irrecuperable.
El descenso con el que amenaza la clasificación al Atlético Baleares en la tercera competición del fútbol español no solo es un fracaso del proyecto iniciado con la compra del club por el empresario Ingo Volkman, si es que alguna vez lo hubo, sino también un profundo bache muy difícil de evitar para los jóvenes futbolistas que pretenden subir desde el fútbol formativo para alcanzar cotas profesionales o, en el peor de los casos, más avanzadas. No es bajar, sino un fin de trayecto.
Al alemán no se le puede negar voluntad, ni falta de interés. Cuando abandone, que lo hará más pronto o más tarde, habrá dejado un Estadio Balear remozado a falta de una herencia menos cimentada pero más firme. Su gran equivocación ha sido invertir en un negocio del que no entiende y confiárselo a un amigo más neófito aun igual que se compra un juguete a un niño. Y ya se sabe lo que pasa con los muñecos o el scalextric, que primero se acaban las pilas, luego se desfiguran o se caen las escobillas de los contactos y terminan en el rincón de los trastos porque nadie tuvo el valor y el acierto de enviar al nene al de pensar.
Ya hemos perdido la cuenta de los entrenadores que han desfilado por el banquillo blanquiazul con la actual propiedad. La mayoría de ellos ni siquiera han levantado cabeza después de salir por donde entraron. No hablemos de los fichajes de futbolistas contratados a cuerpo de rey que desembarcaron para enterrar en la Via de Cintura sus últimos coletazos. Hay quien los llamó veteranos. Bandazos y plantillas nuevas cada diez meses, una afición alicaida y en desbandada, la atención desmesurada de medios de comunicación en relación al impacto e interés decrecientes. Un sin sentido que, como todos los caprichos, salen muy caros aunque, por supuesto, cada cual con su dinero hace lo que quiere. Lo malo es que por el camino se desvanecen sentimientos e ilusiones. Pocos, vale, pero los hay.