Fútbol herido de muerte

A uno le puede gustar el fútbol o no, siempre consciente de que lo que nació como un deporte y ocasionalmente devino en espectáculo, se ha convertido en un negocio más sucio que honesto que precisa de la sumisión de muchos para enriquecimiento de unos pocos. Esta realidad, cada día más evidente, corroe cual cáncer las entrañas de una otrora multitudinaria afición en lento pero evidente declive por mucha televisión que abone la cosecha con agua sin depurar.

El penúltimo escándalo protagonizado por el propio presidente de la Federación Española y Gerard Piqué, sin pantalón corto pero de traje y corbata, aclara cosas que ya conocíamos aunque preferíamos no ver. Las propias productoras y emisoras nos han recordado con datos de audiencia la relevancia del Real Madrid y el Barcelona, líderes en los «shares» de espectadores y por lo tanto exigidos en competiciones internacionales de pago. Comisiones aparte, por supuesto. Los comparsas de la Supercopa, ampliada por Rubiales a una «final four», tampoco van a renunciar a sus migajas.

Hasta que los modestos se planten. Siempre he dicho que sin los dieciocho competidores restantes ningún club sería nada. Se les imputa el papel de «mal necesario», de ahí la idea de la Superliga, cuando en realidad son imprescindibles. El día que alguno de ellos lo entienda y haga valer sus derechos se acabarán las cacicadas y las manipulaciones, aunque quizás ya sea demasiado tarde. O no. Pero el fútbol piramidal caerá por su propio peso o dejará de ser lo que ha sido.