Impostores
Ayer por la mañana, último día del 2020, fui a pasear con mi esposa a orillas del mar. Me crucé con un montón de personas, desconocidas en su mayoría, excepto dos. Una, Inés Adrover, antigua compañera en Es Radio antes de mi jubilación, no me reconoció. Yo si pero cuando, del brazo de su marido, ya me había rebasado unos metros. Las mascarillas a veces ocultan nuestra identidad. El otro, Pedro Bonet que, a cara descubierta, practicaba el «running» para consumir calorías seguramente antes de recargarlas. El encuentro, de ida y vuelta, me indujo a dedicar un pensamiento a los colegas de El Mundo de Baleares, víctimas de la triple infección que mata al periodismo: el coronavirus, la caída del papel y el declive de la profesión.
Si restringimos la enfermedad al periodismo deportivo y por recomendación del mismo amigo, me alineo casi al cie por cien con el artículo de Angel García, encantado de conocerle, en una web titulada cazurreando.com. No sé quién es, pero tiene toda la razón. Esto se fue al carajo en el momento que los editores se rodearon de ejecutivos y financieros en lugar de periodistas, cuando comenzaron a imputar a subvenciones y campañas institucionales en el capítulo de ingresos publicitarios pero, sobre todo, cuando a los locutores dejaron de exigirles voz y dicción para ponerse ante un micrófono, cuando a los redactores les perdonaron faltas de sintaxis, ortografía y gramática con correctores a su servicio, cuando a los presentadores de televisión los pusieron frente a la cámara sin la menor prueba fotogénica, como bien explica José María Carrascal en su libro «Al filo de la medianoche». Ya de periodismo, ni hablamos. Ni lo necesitan, ni les interesa.
Pero creo que el mal se extiende más allá. Puestos en este blog me pregunto qué se pide de un futbolista, de un directivo, de un entrenador. Y, por encima de todos ellos, a un político. A tanto impostor, me encanta esa palabreja, les diría lo mismo que el desaparecido Santiago Amón le aclaro al gran José María García en plena ebullición: «quieres saber lo que hay cuando has superado la frontera del éxito y la respuesta es que no hay nada». Nada.
