La cara B de la verdad

Nos preguntábamos ¿qué sería del fútbol si todos supiéramos no ciertos entresijos, sino todos sus entresijos?. Bueno, seguramente bastaría con conocer unos cuantos para darnos cuenta en primer lugar de qué va este negocio y, a renglón seguido, desencantarnos.

Quiero decir, por ejemplo, que si hubiéramos conocido lo que opinaba Florentino Pérez de Iker Casillas y Sergio Ramos desde hace muchos años, y nos, pronombre personal y papal, lo supimos, nadie se escandalizaría por las conversaciones que Abellán le ha cedido a El Confidencial. Vale, no pasa nada. La gente se lo toma como una parte del espectáculo, el que se da fuera del campo y, en concreto los seguidores del Real Madrid, a favor de quien manda y en contra de los que ya no están. Como la vida misma. Ah que Raúl si que está. Cierto.

Emilio Pérez de Rozas ha publicado en El Periódico de Catalunya un reportaje excepcional sobre el Ejecutivo que rodea a Joan Laporta, familiares incluidos. Le felicitan incluso los mismos colegas de profesión que, sin embargo, deciden no escribir lo que mi amigo documenta, redacta y emite.

Hace años publiqué en el diario Ultima Hora la compra fantasma de un árbitro con expresa mención del partido bajo sospecha, el nombre del colegiado mallorquín que nunca supo nada, el dinero desembolsado y el número de cuenta corriente y el banco en el que se depositaron las 200.000 pesetas de la época. Dio la vuelta al mundo el pago de un soborno al entonces entrenador del Mallorca, Manuel de la Torre, intervenido por la policía en el Bar Cristal de la Plaza de España, información igualmente publicada y con fotos de mi entrañable Tomás Monserrat. Ha llovido desde entonces y no sé de ninguna reserva espiritual al margen de las batallas perdidas de Javier Tebas.

Cito paradigmas de lo que se puede contar, que son estas cosas y muchas más, si bien he de reconocer que, igual que en los icebergs, la parte sumergida es mucho mayor que la que flota sobre la superficie. De ahí el debate. Y de ahí el milagro de que esto no haya estallado nunca. Hasta que, si, puede suceder, aparezca un bloque de hielo inesperado que envíe el «titanic» al fondo del océano.