Leña en incendio provocado

El Mallorca jugaba un partido de Copa en el Santiago Bernabéu. Yo lo transmitía para la programación local de Antena 3 Radio y tuve de comentarista a Paco Bonet, ex jugador de ambos equipos y que llevaba unos tres años retirado.

Después del encuentro cenamos en la cafetería Bob’s, que antes había sido Vip’s, frente al Hotel Eurobuilding, cerca del estadio. En el transcurso de la conversación le pregunté cuál había sido la o las mayores diferencias entre jugar con uno o con el otro. «Vestido de blanco, me dijo, no me pitaban muchas faltas que si me señalaban con la camiseta bermellona».

Traigo la anécdota a colación por el viento que ha desatado el victimismo, bajo el paraguas del racismo, del joven Vinicius Jr. alentado desde los medios adictos y adeptos al club merengue. Coincidiremos en que si el futbolista militara en cualquiera de los equipos más modestos terminaría pocos partidos sin tarjetas admonitorias o excluyentes. Y no me refiero al baile para celebrar sus goles o asistencias, allá cada cual con las suyas (A Gerard Moreno del Villarreal le sacaron una amarilla por sacar la lengua a una cámara de televisión, en un gesto dirigido a sus hijos), sino a sus simulaciones, protestas y provocaciones que le pasan por alto. Para racismo la advertencia de Engonga a Etoo: «aqui el negro soy yo».

Cuentan que en el reciente partido contra el Mallorca, Javier Aguirre «escandalizó» a ciertos parroquianos por decirle a sus jugadores «péguenle». Luego soslayó explicaciones en rueda de prensa sugiriendo que preguntaran a los futbolistas. Porque ese tipo de grescas son frecuentes en cualquier partido de fútbol profesional y, en efecto, lo que sucede en el campo se queda en el campo.

El inolvidable Juan Carlos Forneris, Joancho, profesional y mallorquinista ejemplar, que llegó a España para militar en el Granada, narraba cómo al enfrentarse al Real Madrid de las 5 Copas de Europa, Di Stéfano, Puskas, Gento, etc, carecían de todo complejo. El jugaba de «libero» y uno de los centrales, Pellejero. Cuando veían acercarse a una de las vacas sagradas, Forneris vociferaba: «¡Pellejero, matálo (acento argentino) que yo lo remato». Y aquello se quedaba alli, en el cesped del viejo Los Cármenes.