Los cazafantasmas

La humanidad no ha cambiado sustancialmente a lo largo de su historia, que ya va por el siglo XXI. Puede haber avanzado en esferas concretas como la ciencia y la tecnología, pero social y políticamente estamos como siempre. Un pensamiento bastante generalizado y compartido por poco que uno haya revisado los anales de tiempos pasados. Poco que ver con lo que sigue a este párrafo salvo por el hecho reiterativo.

Los efectos colaterales de los malos resultados de un equipo de fútbol tampoco han cambiado con el transcurso de los años y temporadas. Persiste un notorio afán por buscar explicaciones, siempre ajenas al juego en si mismo, a las dinámicas negativas que germinan a disgusto de los aficionados y penurias clasificatorias. Las dos anualidades que llevamos conviviendo con el coronavirus, llámese Sars-19, ómicron o el demonio que los fundó, impide un habitual y muy manido argumento: los jugadores salen mucho de juerga, son amantes de la noche, bebedores y mujeriegos. No daremos nombres de los del Mallorca que arrastraron dicha fama, pero en alusión a uno de ellos acusado de cerrar cada noche el Paseo Marítimo, recuerdo la respuesta de un entrenador: «mientras el domingo marque un gol, que haga lo que quiera». Nunca faltaba un seguidor que afirmara rotundamente haberse topado con fulanito a altas horas de la madrugada en un bar o discoteca y a poder ser en vísperas de un partido. Ahora, con todo cerrado, eso no ocurre.

Invalidada la hipótesis principal, se impone la segunda con mayor porcentaje de firmantes: graves enfrentamientos en el vestuario. Que no digo que no los haya en casi todos los equipos pero, salvo excepciones, no tan importantes como el vulgo pretende dar a entender. Unos quieren ser titulares y no lo son por méritos propios, otros porque el técnico no lo contempla, unos tienen contratos más altos que sus compañeros y esa desigualdad produce malestar. Por supuesto. Pero les digo una cosa, igual que lo que ocurre en el campo se queda en el campo, lo que sucede en la caseta también se queda en ella. No he conocido a un solo profesional que cuando empieza a rodar el balón no haga todo lo que sabe o puede. Y ahí entra la verdadera razón del bajo rendimiento: no pueden más o no saben más, lo que incluye desde el portero al cuadro técnico. Porque, no lo duden, no hay pelea, envidia u odio que consiga que alguien tire piedras sobre su propio tejado.