Objetivo permanente

Desde que bajo la presidencia de Jaume Rosselló Pascual, con José María Lafuente López de secretario general y Juan Carlos Lorenzo como entrenador, la primera división no ha dejado de ser el objetivo del Mallorca.

Su descenso a los infiernos en la segunda mitad de los setenta no permitió perder el horizonte de su consolidación en Primera. Aunque históricamente ha pasado más temporadas en Segunda, la meta siempre fue la misma. Parecía haberlo conseguido en el cambio de siglo, pero inconfesables intereses personales y egos infundados, terminaron por devolverlo a la liga 1,2.3, aun sin renunciar, una vez más, a formar parte de la élite como en los dieciséis años precedentes.

Solo ahora suena un discurso vano y vacío para el aficionado, remitido a una permanencia no garantizada y en base a unos normas salariales que la propiedad no está dispuesta a mejorar. De fuera vendrán que bueno te harán, sería el refrán que mejor reproduce ahora la realidad de este club centenario que celebró su efemérides envuelto en la bandera de la ignominia.

Acaba de comenzar la temporada de una nueva competición sin expectativas. Apartada sin duda de las aspiraciones de un técnico honrado, Vicente Moreno, que firmó por el Mallorca como una oportunidad de resarcirse de su salida del Nástic y que, pese a su visita obligada al señor Sarver en los Estados Unidos, mucho me temo que no pueda aprovechar.

De momento lo único meridianamente claro es que el dinero gana la batalla, pero no el que pondrían los accionistas sobre la mesa, sino el obtenido a base de lo que genere el propio club en base a cesiones, traspasos y demás o sea, aunque entre a través de la venta a la baja de los terrenos del Lluis Sitjar. Es como comprar un barco sin tener amarre o un coche sin fondo de maniobra para echar gasolina. Allá ellos.