El Mallorca, que se adelantó dos veces gracias a sendos e ingenuos penaltis, acabó cediendo un punto a Osasuna que, lejos de amilanarse, le dominó durante toda la segunda parte hasta conseguir equilibrar un resultado adverso. De no ser por las acciones infantiles de Roberto Torres y Roncaglia en su propia área y la de Valjent al sacar desde la misma línea un balón que se colaba con Reina batido, la noche pudo terminar con una maldición acorde con las terroríficas celebraciones al uso.
ALINEACIONES:
R. Mallorca.- Reina (1), Gámez (1), Valjent (2), Raillo (1), Lumor (1), Baba (2), Salva Sevilla (1), Dani Rodriguez (1), Febas (1), Lago Jr. (1) y Budimir (1).
Minuto 63, Salibur (0) por Lago Jr. Minuto 75, Trajkovsky (0) por Febas. Minuto 81, Abdón (-) por Dani Rodríguez.
C.A. Osasuna.- Rubén (1), Roncaglia (1), Aridane (2), David García (1), Estupiñán (2), Moncayola (0), Brasanac (2), Roberto Torres (0), Rubén García (1), Brandon (1) y Marc Cardona (1).
ARBITRO:
Cordero Vega (2), de Cantabria. Dejó jugar y apenas se equivocó, aunque exagerara en alguna tarjeta. Las mostró a Baba, del Mallorca y Roncaglia, Aridane, David García, Estupiñán y Brandon, de Osasuna, todas amarillas. Acertó en ambos penaltis, muy claros.
GOLES:
Minuto 19. En un centro pasado que salía del área por el lateral opuesto, Roberto Torres zancadillea a Dani Rodriguez. Pena máxima que transforma Lago Jr. 1-0
Minuto 68, jugada individual de Marc Cardona que se va de tres contrarios, y al encontrar hueco dispara flojo y raso a la base de un poste. 1-1
Minuto 72, Roncaglia mete la mano abajo al intentar frustar un regate de Budimir en la frontal pero por dentro. Otro castigo máximo que esta vez marca Salva Sevilla de tiro duro y por el centro. 2-1
Minuto 76, Centro de Estupiñán desde la izquierda que, solo en la derecha, cabecea con picardía y sin oposición Rubén García a la escuadra diestra de Reina. 2-2
COMENTARIO
En la noche de Halloween, estos americanos nos venden hasta sus fiestas, todos los santos, referencia local, se aliaron con el Mallorca. Los zagueros navarros quisieron tirar de truco al regalar dos penaltis, la única manera que encontraron los de Vicente Moreno para batir la meta adversaria, mientras sus delanteros, dos de los que parecía que pasaban por allí, pactaron el trato: un empate justo en el cómputo de un partido en el que Osasuna, con el marcador en contra, peleó por su premio y su anfitrión optó, cual jugador de ventaja, por aprovechar los obsequios del destino. Error.
Los locales tienen la lección tan aprendida, encorsetada en ocasiones, que apenas se permiten dar alas a su imaginación y, por qué no, la improvisación. No hicieron nada hasta abrir su cuenta, pero a partir de este momento se aplicaron a lo que parece que mejor hacen: nadar y guardar la ropa. Y les fue bien hasta el descanso, pero tras la ducha, el agua, el café o la charla, lo que sea que reciban y les den, el paisaje mudó a peor.
Arrasate demostró que no es de los que se arrugan y su colega, el entrenador bermellón, se precipitó en el relevo de Lago Jr por Salibur quizás convencido de que los puntos se quedaban en Son Moix. Y no. Sustituido el marfileño, la banda en la que se había emparejado con Estupiñán se convirtió en una autopista para el ecuatoriano, de cuyas botas partiría el centro que originó el segundo tanto pamplonica en una de sus tropecientas correrías sin demasiada oposición.
En la primera parte Roberto Torres había cometido una falta ingénua dentro del área. No fue su noche. Roncaglia, con la mano, repitió faena y con el 2 a 1, vuelta a empezar. Unos a contemporizar y otros a dominar el balón, el juego y, en suma, la batalla. Esto de ceder el cuero al enemigo tiene sus riesgos. Gregorio Manzano decía visualizar los partidos antes de disputarlos. Uno mejor en casa y el otro no tan fiero lejos de El Sadar, pero el guión solo se cumplió temporalmente. El error de Moreno al suplir prematuramente a Lago Jr. lo compensó su oponente al dar entrada a Fran Mérida para consolidar su posesión. Y pasó lo que cuenta la fábula: el cántaro fue tantas veces a la fuente que, finalmente, se rompió en un testarazo pícaro.