Rafa cayó con orgullo

Rafa Nadal no habla por hablar, dijo que  «perder no es mi enemigo, el miedo a perder es mi enemigo» y lo ha demostrado al disputar hasta donde ha podido las medallas del tenis individual en los vigentes Juegos. No había que temer la derrota cuando en el camino estaban raquetas como las de Zverev, Djokovic y Alcaraz antes o después. Demasiados años entre y entre, aunque su verdugo haya sido el serbio, el más veterano y el menos empático, que no ha podido consumar la humillación, algo que el de Manacor no merece en absoluto. Esperemos que los «dobles» junto al murciano le permitan regresar con la presea de oro, preludio merecido a su cada vez más próxima retirada.

Tampoco ha faltado a la verdad al aplazar su decisión hasta después de la ceremonia de clausura en París. Ha hecho más de lo exigible para que nadie se atribuya el derecho, ni siquiera el consejo o la sugerencia, de poner fecha a su abandono. No hay deportista que no sepa cuándo ha jugado bien, regular o mal, sin necesidad de escucharlo, leerlo o verlo y también a él le corresponde decidir su próximo destino sin considerar, si no lo desea,  a aquellos que se han aprovechado o se han colgado de la estela de sus éxitos, ya fueran amigos, desconocidos o familiares.

Me contaron que un abuelo, allá en una villa de Ciudad Real, exclamó en sus último instantes de vida: «No lloréis. Disfruté de mi juventud, he gozado de todos los placeres de la vida sin faltar a ninguno, he conservado a mi familia y mi salud hasta este momento. Me voy satisfecho, doy gracias a Dios y me voy en paz».  No, no estoy matando al manacorí, Dios me libre, ni tampoco sentenciando al tenista, pero si opta por no volver a coger una raqueta,  podrá hacerlo con la misma satisfacción de este buen hombre. Los agradecidos somos nosotros